Juan Ibarrondo

Proyecto Gagarin

El proyecto Gagarin, que toma el nombre de Yuri Gagarin, el primer cosmonauta de la historia, es una iniciativa autogestionada para llegar a la estratosfera, y enviar desde allí datos y fotografías. Un grupo de jóvenes aragoneses lo ha puesto en práctica este mismo año. Su iniciativa se suma a otras similares en Europa, que tratan de hacer una gestión comunitaria del espacio exterior.

Lanzamiento del Tereshkova 1 desde la localidad de Borja. (Íñigo LÓPEZ DE AUDICANA)
Lanzamiento del Tereshkova 1 desde la localidad de Borja. (Íñigo LÓPEZ DE AUDICANA)

Cuando conoces a las personas que forman el Proyecto Gagarin, a uno le viene a la cabeza el título de una vieja película: «Aquellos maravillosos chalados en sus locos cacharros». Se trata de un grupo de maños, apasionados de la ciencia y el espacio, con la «peregrina idea» de alcanzar el espacio exterior de forma autónoma y autogestionada. La idea rememora también viejas canciones de carnaval, como aquella que, en los tiempos del cometa, contaba la historia de Roque, Marcial y Dámaso, que, según cuenta la copla, han inventado un biplano para subir por los aires y coger la estrella del rabo.

Claro que incluso a los mayores genios de la historia se les ha llamado, a menudo, chalados. Y cuando conocemos un poco mejor la historia del Proyecto Gagarin, nos damos cuenta de que estos «maravillosos chalados» van muy en serio.

El Proyecto Gagarin es una iniciativa, gráfica, científica y técnica de un grupo de jóvenes zaragozanos para lograr, por sus propios medios, que un globo sonda con una cápsula de fabricación casera alcance capas de la estratosfera terrestre superiores a los 25.000 metros, lo que se conoce como «el espacio cercano», para obtener datos y fotografías de la Tierra.

El proyecto echó a andar a principios de este año, y tras un tiempo de investigación y otro de recaudación de fondos de manera colectiva, consiguieron, finalmente, el lanzamiento exitoso del Gagarin 1.

En este primer lanzamiento alcanzaron una altura superior a los 26.000 metros de altura, adentrándose así en la estratosfera. Lo consiguieron gracias a un globo sonda lleno de helio que alzó la cápsula, el Gagarin 1, hasta la altura deseada. En dicha cápsula instalaron una cámara de vídeo de alta definición, con la que obtuvieron imágenes espectaculares de Aragón primero, y del resto de la Península Ibérica después. Todas ellas desde una perspectiva inusual. A pesar de ciertas complicaciones, que pueden suceder a cualquiera, incluida a la mismísima agencia espacial de Estados Unidos, la cápsula consiguió su objetivo y regresó además indemne a la Tierra gracias a un paracaídas.

El Gagarin 1 suponía el primer salto al espacio cercano, pero no el único. En su segundo salto estratosférico lanzaron el Tereshkova 1. «Aunque la altura alcanzada fue un poco menor, las imágenes no tienen desperdicio», cuentan satisfechos los protagonistas de este desafío espacial.

La mayoría de estos aficionados al espacio son universitarios: estudiantes de Ingeniería, Arquitectura, Química... y también de disciplinas más alejadas de su afición común, como la Historia o el Trabajo Social.

Tienen entre 22 y 25 años, y su punto de unión es la curiosidad científica. «La pregunta no es por qué, sino por qué no» argumentan estos jóvenes; y añaden: «Queríamos demostrarnos a nosotros mismos que podemos llevar adelante un proyecto de esta envergadura. Resulta gratificante ver cómo, poco a poco, el proyecto toma forma».

Hágaselo usted mismo

La filosofía de este grupo de jóvenes entusiastas encaja como anillo al dedo con un movimiento en auge en los últimos tiempos. Un movimiento relacionado con el bricolage, el reciclaje creativo, el hardware libre o, incluso, con el difícil tema de la financiación, con el crowdfunding.

«Tú no vas a ninguna parte. Limítate a sentarte y a observar cómo nosotros viajamos hacia las estrellas». Así se puede resumir el espíritu de los programas espaciales gubernamentales según lo veía la Asociación de Astronautas Autónomos, un grupo situacionista italiano que, a mediados de los años 1990, propuso una red de naves comunitarias que sirviera para explorar el espacio de manera independiente.

En aquel momento, el manifiesto sonaba a ciencia ficción, pero en las dos décadas largas que han transcurrido desde que lo publicaron, frente a las actuaciones espaciales de los complejos militares e industriales, ha surgido una retahíla de iniciativas que abogan por la exploración del espacio «desde abajo» y que, en los últimos tiempos, muestran indicios de que podrían llegar a materializarse. Entre estas iniciativas se encuentra la del Proyecto Gagarin.

Desde luego, no es la única. La lucha por hacerse un hueco en las llamadas «franjas orbitales», reguladas por un organismo dependiente de la Organización de Naciones Unidas llamado Unión Internacional de Telecomunicaciones, es cada vez más enconada. Un fenómeno, paralelo y relacionado, al de la saturación de las frecuencias radiofónicas, donde también las radios libres buscan su propio espacio.

El aumento de la producción de contenidos audiovisuales y del tráfico en internet es la causa de la saturación de las órbitas espaciales. De ahí también que algunos colectivos independientes tomen conciencia de la importancia de mantener satélites propios, para asegurar que la información siga fluyendo si los gobiernos o las grandes empresas de comunicación tratan de controlar aún más internet.

Aunque la mayoría todavía están en pañales, existen algunas iniciativas en este sentido, como la protagonizada por el Chaos Computer Club, formado por hackers alemanes, que trata de impulsar lo que ellos llaman «computación distribuida», orientada a la creación de conocimiento libre para desarrollar dispositivos electrónicos y satélites. Una iniciativa, en todo caso, que aun está en una fase teórica.

En Dinamarca existe el proyecto Copenhagen Suborbitals, que intenta lanzar al espacio cohetes al margen de gobiernos y empresas multinacionales. Una iniciativa sin ánimo de lucro, que funciona gracias a la colaboración de ingenieros aeroespaciales que donan su tiempo libre al proyecto.

Estos proyectos pueden parecer pasatiempos para ociosos, pero tal vez no lo sean tanto. Por lo menos, eso podríamos deducir a juzgar por la demanda que hicieron, el pasado agosto, los trabajadores de la televisión pública griega ERT, desmantelada debido a las políticas de austeridad impuestas por la troika. Los trabajadores de esta televisión pública pidieron entonces apoyo internacional para seguir emitiendo su programación a través de la cesión de banda satelital.

Sin duda, este llamamiento será un aliciente más para que personas aficionadas a las tecnologías y que apoyan el trabajo en red, compartir la información, hacer frente al control y privatización del conocimiento, continúen con sus proyectos espaciales.

Primero fueron los ‘rojos’

No hay más que ver los nombres que han puesto a sus principales proyectos: Gagarin y Tereshkova, para darse cuenta de la predilección de estos jóvenes por la exploración que la Unión Soviética realizó del espacio.

No es para menos, pues está claro que, en esto de la exploración espacial, los soviéticos fueron los pioneros indiscutibles. El primer satélite puesto en orbita fue el Sputnik 1, y tanto la primera mujer como el primer hombre que viajaron al espacio fueron soviéticos: Valentina Tereshkova y Yuri Gagarin.

También algunos planetas del sistema solar fueron alcanzados por primera vez por sondas enviadas por la URSS. El 14 de setiembre de 1959, la sonda soviética Luna 2 se estrellaba contra la Luna y se convertía así en el primer objeto hecho por el hombre que la alcanza.

Años más tarde, en 1978, la Unión Soviética lanzaba la sonda espacial Venera 12 con destino a Venus. La sonda descendió sobre Venus llevando instrumentos diseñados para el estudio detallado de la composición química de la atmósfera. Transmitió información hasta 110 minutos después de aterrizar.

Si bien es verdad que la opinión general supone que los estadounidenses ganaron la carrera espacial, tras la llegada del primer hombre a la luna, no debe olvidarse que los científicos y cosmonautas soviéticos fueron los pioneros. Además, aquellos primeros pasos de la exploración del espacio mantienen, vistos desde nuestro presente, cierto regusto aventurero y heroico, que siempre tienen las primeras exploraciones.

Al ver hoy las imágenes de aquellos artefactos, de apariencia sólida, con todo el aspecto de haber salido de alguna fábrica siderúrgica de la Rusia profunda, uno no puede uno evitar emocionarse un poco al recordar el valor de aquellos primeros cosmonautas que viajaron en aquello artefactos de aspecto casero, y lograron volver indemnes.

En todo caso, estos nuevos pioneros de la exploración espacial autogestionada, como los del Proyecto Gagarin, nos envían un mensaje profundo desde las estrellas.

A veces no nos valoramos lo suficiente. No valoramos las habilidades de personas como usted y como yo, que aúnan los conocimientos necesarios y las técnicas suficientes para que grandes empresas se lleven a cabo. Sin necesidad de que el proceso lo lleven adelante gobiernos o grandes empresas trasnacionales; que, obviamente, nada podrían hacer sin los esfuerzos de esas personas anónimas, que con su trabajo en el día a día consiguen que «el mundo siga girando sobre su eje»... Incluso, en algo aparentemente tan lejano y complicado como todo lo relacionado con el espacio, los cohetes, y la tecnología satelital.