Amaia U. Lasagabaster | 7K

S.D. Eibar

Las crisis sucesivas han hecho mella en una localidad eminentemente industrial, pero Eibar sigue ejerciendo de ciudad orgullosa. Claro que, aunque al buen eibarrés nunca le faltarán motivos de satisfacción, a menudo tiene que echar la vista atrás. De ahí su alegría ahora que el nombre de la villa vuelve a oírse alto y claro gracias a su equipo de fútbol.

Aficionados del Eibar acuden a Ipurua. (Conny BEYREUTHER)
Aficionados del Eibar acuden a Ipurua. (Conny BEYREUTHER)

Una cuestión tan prosaíca como el fútbol, en la localidad guipuzcoana tiene su importancia, ya que consideran al Eibar un reflejo fiel de su idiosincrasia. Por eso el gozo es mayor cuando las cosas le van bien al equipo azulgarana. Y le van. Tanto, que puede subir a Primera. Sería un hito. No solo porque lo conseguiría por primera vez en sus 74 años de historia, sino porque lo haría partiendo con el presupuesto más bajo de la categoría, se convertiría en el club con el menor número de socios de Primera, y en el campo de menor aforo y de la ciudad más pequeña.

Fundado en 1940, el Eibar tuvo que esperar siete años para ejercer de anfitrión en su propio campo –un partido frente al Elgoibar con victoria visitante y gol del abuelo de Joseba Etxeberria inauguró Ipurua– y seis más para debutar en Segunda. Llegó después el primer descenso y tres décadas de condena en Tercera. Hasta que a mediados de los ochenta, tras catorce promociones consecutivas, el Eibar regresaba a Segunda B y dos años más tarde, en 1988, ascendía a Segunda A. El fútbol como vía de escape, como alternativa a los antidepresivos, cobraba todo su valor en unos años marcados en toda Euskal Herria por los durísimos efectos de la reconversión industrial, a la que no fue inmune la localidad guipuzcoana, duramente afectada por la crisis. A los fieles de siempre se unió, en torno a la peña La Bombonera, una nueva y bulliciosa generación de aficionados, que contribuyó notablemente a que Ipurua se ganase una merecida condición de fortín que todavía hoyu perdura.

«Fue un momento bastante especial», recuerda el aficionado eibarrés Aitor Muniozguren, antes en la ya desparecida La Bombonera, ahora en Eskozia La Brava, la peña azulgrana más popular. «Casi toda la juventud eibarresa, desde luego todos los futboleros pero también gente que se enganchó entonces, se implicó mucho. Y la Bombonera, por decirlo de alguna manera, dio cauce a esas ganas de ver fútbol, de ver al equipo en categorías profesionales... Había muchísimo ambiente y se vivía todo de una forma muy especial. Después ha habido momentos inolvidables, como aquel viaje masivo a Vigo cuando estuvimos a punto de subir, alguna temporada que nos hemos salvado in extremis..., pero aquellos años del ascenso y los primeros años en Segunda fueron muy especiales». No es fácil explicar por qué. «Quizá ahora estamos todos saturados de fútbol. Lo tenemos disponible todos los días a todas horas, pero antes no había demasiadas opciones fuera de ir al campo. O igual es porque hay una mayor oferta para el tiempo de ocio..., no es fácil saberlo», admite Muniozguren.

Motivos al margen, resulta evidente que aquellos años, finales de los ochenta y la década de los noventa, resultaron cruciales no solo en la historia del Eibar, sino en la forma en que el eibarrés ve a su equipo. Como recuerda Juan Luis Mardaras, presidente azulgrana desde 1988 hasta 2002, «nos tocó descubrir el fútbol profesional. El fútbol en general no era igual que el de ahora, pero desde luego, en cierto sentido, el cambio ha sido mayor en el caso del Eibar. Hoy en día es un club profesional en todos los aspectos; con todas sus limitaciones, con muchas menos posibilidades que todos los demás, pero profesional. Si hablamos de hace treinta años, la exigencia era profesional, pero los recursos no. Tuvimos que ir aprendiendo, adaptándonos, como han ido haciendo las directivas posteriores, para llegar a lo que somos hoy en día».


Vídeo de reciente publicación en apoyo al Eibar.

Aquel Eibar que, repleto de aficionados y de jugadores que entrenaban tras ocho horas en el taller o en el negocio familiar y que volvían directamente al trabajo después de una noche en autobús de regreso de un partido, no solo descubrió el fútbol profesional, sino que supo hacerse allí un hueco. Es posiblemente el que mejor representa la imagen del club. O al menos el que ha quedado grabado con más fuerza en el imaginario colectivo de la familia azulgrana. No es una suposición. Dentro del programa conmemorativo del 75 aniversario del club, que se celebrará el próximo año, el Eibar ha ofrecido en los últimos meses a sus aficionados la posibilidad de elegir su once ideal de entre todos los jugadores que han defendido la camiseta azulgrana. Con la intención, posiblemente, de organizar algún acto con cierta repercusión mediática, con algunos de los futbolistas más renombrados que han pasado por el Eibar. Pero para salvaguardar esa opción, hubo que cambiar de planes y se acabaron confeccionando dos equipos, el «once de la afición» y el «once técnico». Y es que jugadores de Primera, internacionales, incluso campeones del mundo, se vieron claramente superados en las votaciones por los Artetxe, Garmendia o Luluaga. Nombres que, fuera de Eibar, solo los empollones del fútbol recordarán, pero que para la afición armera representan como ningún otro los valores de su club. Y eso es más importante que el propio fútbol. O, más concretamente, que los resultados deportivos. El eibarrés se enorgullece al hablar de goleadas o ascensos, pero lo hace aún más cuando el debate se centra en la gestión. No solo porque las cuentas cristalinas de la entidad armera supongan una anomalía en el enfangado mundo del fútbol –«el ejemplo a seguir que nadie sigue», ironiza habitualmente Javier Mandiola, eibarrés y exentrenador del Eibar, con el que ascendió a Segunda A en 2007–, sino porque se siente representado. «No es que ‘lo creamos’. A fin de cuentas, ha sido siempre un club gestionado por la gente del pueblo, incluso después de convertirse en sociedad anónima, así que yo creo que es justo pensar que los valores por los que destaca el Eibar son precisamente los valores a los que siempre nos hemos intentado aferrar en este pueblo –subraya Juan Luis Mardaras– . La humildad, la honradez, el trabajo, el sacrificio... Son los eibarreses los que trasladan esa forma de ser al club».


(Conny Beyreuther)

«Sin duda, algún eibarrés habrá del que no se pueda decir –bromea Aitor Muniozguren–, pero realmente creo los eibarreses hemos tenido siempre una serie de valores, sobre todo el del trabajo y el esfuerzo, que son precisamente los que caracterizan al club como tal y, por extensión, al equipo en el campo. Humildad, trabajo, honradez, conciencia de lo que somos... Los eibarreses nos identificamos con el Eibar porque compartimos los mismos valores. Y creo que por eso también nos sentimos más reconfortados cuando ese modelo se ve recompensado y más dolidos cuando hay un castigo».

Castigo a la honradez

No es inhabitual que lo haya. De hecho, la honradez ha condenado al Eibar a competir en inferioridad de condiciones. Lo habría hecho en cualquier caso porque sus números –población, masa social...– le colocan con toda lógica en el fondo de la lista, pero la diferencia es aún mayor en un deporte regido por la irracionalidad.

El club armero nunca ha ofrecido más de lo que puede pagar ni ha gastado más de lo que puede ingresar, mientras la inmensa mayoría de sus competidores ha podido diseñar equipos imbatibles para el Eibar a costa de endeudarse hasta el infinito con el aval del político de turno, pese a lo cual, ha acabado con deudas millonarias y sin la más mínima sanción deportiva, económica o institucional. Un castigo, en el fondo, al conocido como «modelo Eibar» –déficit cero y transparencia serían sus dos grandes pilares–, que en esta temporada de regreso a Segunda A ha alcanzado cotas tan surrealistas como indignantes.

Teóricamente ideado para sanear el fútbol profesional, el Real Decreto 1251/99 obliga a las sociedades anónimas deportivas que han permanecido más de dos años fuera del fútbol profesional –han sido cuatro en el caso del Eibar– a readecuar su capital social, que se convertiría en una suerte de garantía de solvencia. Absolutamente innecesaria en el caso del club guipuzcoano, no en vano es uno de los contadísimos equipos sin deudas, pero de obligado cumplimiento. En cualquier caso, la mayor perversidad de la cuestión reside en que el montante de la operación se calcula en base a la media de los presupuestos de los clubes de Segunda A. Es decir, que unos presupuestos que año tras año se confirman desmedidos e irrealizables –precisamente lo que, en teoría, se trata de combatir– son los que marcan el listón que debe superar el Eibar. «Es injusto e incomprensible –se indigna Mardaras–. Tanto decir que es una entidad ejemplar, el modelo a seguir... y no solo no se le premia, sino que se le castiga. Sé que, pese a la pataleta que podamos tener, tendremos que cumplir la ley, pero todavía tengo la esperanza de que se nos pueda facilitar el trabajo, con alguna rebaja, alguna fórmula diferente...». Ese camino lo está intentando recorrer el club, que a principios de marzo presentaba un recurso de alzada al Consejo Superior de Deportes en el que se defiende que la aplicación de una norma ideada para sanear el fútbol no debería perjudicar precisamente a una de las pocas entidades que pueden presumir de unas cuentas inmaculadas. El directivo del club José Miguel Fiallegas, abogado de profesión, se aferra al «espíritu de la ley», a una «interpretación justa» de la misma, frente a una lectura literal que no ofrecería al Eibar otra salida que reunir antes del próximo 6 de agosto 1,7 millones de euros para alcanzar los 2.146.525,95 que se han establecido como capital mínimo.

Un reto descomunal, teniendo en cuenta la crisis, las nuevas políticas públicas, mucho más conservadoras –y vigiladas, además, con lupa por Europa– con el deporte profesional, o que la población de Eibar apenas alcanza los 27.000 habitantes. Y, sin embargo, hay optimismo. Quizá forme también parte de la idiosincrasia de los eibarreses. «Yo creo que se puede conseguir», asegura, pese a todo, Juan Luis Mardaras, que ya tuvo que pasar por una situación similar durante su presidencia. Fue en 1992, con la entrada en vigor de la Ley de Sociedades Anónimas Deportivas, a la que también tuvo que someterse el Eibar y que le obligó a reunir, por aquel entonces, casi setenta millones de pesetas (42o.000 euros). «Tampoco fue fácil –recuerda Mardaras–. Hubo muchas personas trabajando y dedicando mucho esfuerzo. Pero se consiguió y nunca estaremos lo suficientemente agradecidos a todos los que ayudaron, cada uno a su manera, y al Athletic, que nos ayudó poniendo lo que faltaba (unos 150.000 euros) porque si no, no habríamos llegado».

A día de hoy, esas ayudas serían más complicadas por las propias leyes del fútbol, pero Mardaras insiste en su confianza. «Yo creo que podemos conseguirlo», asegura. También Javier Mandiola se muestra convencido de que, «alguna manera encontrarán de poder hacerlo, porque es una situación excepcional; además, nos ayudarán las instituciones y hasta los equipos de al lado. Y sobre todo los eibarreses, claro, que por lo que yo estoy viendo, no se van a quedar de brazos cruzados». «Optimista» se muestra también Aitor Muniozguren. Y taxativo. «Tenemos una responsabilidad –asegura–. Recuerdo cuando Piterman llegó al Alavés y se lo acabó cargando. Yo les decía a mis conocidos alaveses que en parte se lo merecían por no haber comprado las acciones. Y en nuestro caso pienso lo mismo. Somos menos y estamos en una mala situación, pero entre todos tenemos que sacarlo adelante».

El reto, en realidad, es doble. Hay que conseguir el dinero antes del 6 de agosto, pero también evitar que lo desembolse una sola persona, haciéndose así con el control del club. Porque si algo temen los eibarreses, por encima incluso del descenso matemático al que estaría condenado el Eibar en caso de no reunir el capital mínimo dentro del plazo, es la posibilidad de que el club deje de estar en manos de sus aficionados, otra de las características que lo convierten en un equipo diferente. De hecho, hace ya algunos años se introdujeron cambios estatutarios para evitar la posibilidad de grandes paquetes accionariales. También se intentará ahora, «dentro de lo que nos permite la ley», explica el presidente armero Álex Aranzabal. «Nosotros queremos que el club siga como hasta ahora, con las acciones muy repartidas, pero para evitar que alguien se haga con una mayoría, lo que tenemos que hacer es implicarnos todos. En caso contrario no habrá mucho que hacer», asegura.

«Se acabaría el Eibar que conocemos –admite Manix–. Este club es de los eibarreses y tenemos que intentar que siga siendo así». Mardaras no quiere «ni pensar en ello. Si hay algo que caracteriza al Eibar es que es de todos, eibarreses o no, de todos los que queremos al Eibar». Muniozguren cree, además, que es «uno de los motivos por los que mantiene esa línea de gestión, porque todos somos parte del club. Y todos nos sentimos parte del club. Hay transparencia, se explican las cosas... No creo que fuera igual con un accionista que controlase el club. Pero eso lo tenemos que evitar entre todos los demás».

Hacer historia

Quizá sea el mejor momento para pasar el trance. Con el equipo en la cresta de la ola, las simpatías se extienden más allá del río Ego. Y esa corriente, bien encauzada, puede convertirse en uno de los pilares de la salvación. Un tweet del conocido periodista británico Sid Lowe posibilitó el año pasado que el Oviedo reuniese parte de los casi dos millones de euros que necesitaba para ampliar su capital gracias a las aportaciones de aficionados del fútbol de más de 40 países, desde Italia hasta Estados Unidos.

Quizá no haga falta irse tan lejos –aunque, dentro de la pasión mediática que parecen haber despertado los armeros, hasta la cadena Al Jazeera les ha dedicado un reportaje en su página web–, pero sí salir de la ciudad para recibir ayuda. No faltan simpatizantes dispuestos a echar una mano al Eibar, bien relacionado con numerosos equipos gracias a su papel dentro del entramado futbolístico guipuzcoano. Muniozguren, que vive en Mutriku, asegura que «ya me ha parado alguno para decirme que, en cuanto se pueda, le compre un par de acciones».

No todos están dispuestos a rascarse el bolsillo, pero sí son generalizados los buenos deseos. «A cualquier sitio que vayas con la camiseta del Eibar o que digas que eres de Eibar –explica Muniozguren–, te viene alguien a dar la enhorabuena, a desearte que suba el equipo... Yo creo que es fácil simpatizar con el equipo, siempre tendemos a apoyar al débil, al humilde. Y nos gusta verle ganar».

Al que le guste lo estará disfrutando porque el Eibar lleva camino de vivir su mejor temporada de la historia. No es la primera vez que se acerca a la gloria. Ya con José Mari Arakistain, en 1995, concluyó la temporada en la quinta plaza, para repetir dos años más tarde, ya con Periko Alonso en el banquillo. Qué decir de la temporada 04/05, en la que, dirigido por José Luis Mendilibar, el Eibar llegó a estar diez minutos en Primera. Solo tres puntos separaron de la gloria a aquel equipo en el que militaba Gaizka Garitano.

Lo que se le negó como jugador puede conseguirlo como técnico. En realidad, en su cortísima carrera en los banquillos –y siempre en Ipurua, como entrenador del filial o como segundo de Ángel Viadero, antes de hacerse definitivamente con el primer equipo la temporada pasada–, ya se ha sacado sobradamente aquella espina. El máximo responsable del éxito azulgrana devolvió al equipo a Segunda A en su primera intentona y, en su debut en la categoría de plata, lleva un camino similar. Pese a contar con el presupuesto más bajo de la categoría –3,5 millones de euros, como el Mirandés–, el Eibar lidera la clasificación desde el pasado mes de febrero, además de encabezar otro sinfín de estadísticas: el equipo menos goleado, el más seguro en su campo...

Nunca a estas alturas le habían ido tan bien las cosas. Y aunque el discurso unánime en vestuario y despachos de Ipurua se centra en tres tópicos –«partido a partido», «queda mucho por delante» y «hay mucha igualdad»– y mucha calma, al menos de cara al público, la sensación de que se encuentra ante su gran oportunidad se extiende. «¿Por qué no? Yo te voy a decir una cosa: el mejor equipo que he visto este año en Segunda, y he visto a todos, es el Eibar –zanja Manix–. Si está ahí a estas alturas no es casualidad. Y quiere decir que dentro y alrededor se están haciendo muy bien las cosas. Si se han hecho hasta ahora, ¿por qué no se van a seguir haciendo? No veo ningún equipo que me dé más confianza que el Eibar».

Pese a todo, el mensaje de tranquilidad parece haber calado en el entorno. De momento no se atisba la más mínima señal de euforia en la afición, aunque en este caso no esté claro si se trata de una cuestión de carácter o es consecuencia de experiencias previas. «Quizá hay un punto de escepticismo –admite Aitor Muniozguren–. No sé si porque el año de Mendilibar nos quedamos con la miel en los labios en la última jornada o porque a nosotros mismos nos parece tan impensable ver al Eibar así, que no nos lo acabamos de creer. Supongo que, según pasen las jornadas, si seguimos ahí, nos iremos emocionando. Aunque eso conlleva un peligro, que exijamos demasiado al equipo, que nos desilusionemos... Lo que tenemos que pensar ahora mismo es que los demás van cuesta arriba porque tienen que remontar puestos para subir o para salvarse, y que nosotros vamos en llano. Mientras los demás sufren, nosotros tenemos que disfrutar. Y que sea lo que tenga que ser».

Si es el ascenso a Primera, no solo premiará los méritos deportivos de una plantilla, destaca Mardaras, «sino una filosofía de club, una trayectoria. Una manera de hacer las cosas». A la eibarresa.