Miguel FERNÁNDEZ - Pablo L. OROSA Ankara

Refugiados afganos, atrapados en el laberinto de la ONU

Mohamad Javid quiere estudiar literatura y encontrar un trabajo digno con el que poder vivir junto a su familia. «Es suficiente para mí». Sus sueños, como los de más de 20.000 refugiados afganos que residen actualmente en Turquía, llevan más de dos años enmarañados en un laberinto burocrático que los ha convertido en parias: sin tierra a la que volver y sin posibilidad de ser aceptados en ningún otro país.

Turquía, que acoge a más de 700.000 sirios considerados como «huéspedes», no concede asilo a refugiados que no provengan de Europa y solo se considera un país de tránsito donde se puede solicitar asilo a la ONU para ser trasladado a otro Estado. Sin embargo, ningún país de acogida acepta las peticiones de asilo de los afganos que se quedan atrapados en un limbo legal sin posibilidad de trabajar, recibir asistencia sanitaria o continuar su formación universitaria.

«Somos no-personas. No nos aceptan como ciudadanos», lamenta Javid. En sus manos una pancarta clama por una solución. «No tenemos ningún problema con el Gobierno turco, nuestro problema es con ACNUR», insiste. Junto a él, otros 300 afganos llevan más de un mes apostados frente a la sede del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Ankara para exigir un trato igualitario al de otros refugiados. «Hay una discriminación contra los refugiados afganos en Turquía. ACNUR acepta a refugiados de otros países, pero no a los que proceden de Afganistán», insiste Javid mientras una retahíla de exiliados de distintos países pasan por delante de los manifestantes.

En los últimos dos años, las peticiones de asilo -sin contar a los sirios- se han triplicado en Turquía. En la segunda mitad de 2012, el número de afganos que pidieron asilo se incrementó un 1.500%, según ha declaró a Efe un portavoz de ACNUR. Las sanciones contra Irán han empeorado las condiciones de vida y han empujado a parte de los dos millones de refugiados afganos que huyeron allí tras tres décadas de conflicto armado a buscar un nuevo acomodo en Turquía.

En la sede en Ankara de ACNUR, las solicitudes de asilo se acumulan en los despachos sin que ningún país occidental se haga cargo de ellas. «ACNUR miente al decir que sus solicitudes fueron enviadas a la embajadas de diferentes países y que fueron rechazadas. Sabemos que no es así porque hemos preguntado», advierte Javid. En el último año, la situación ha empeorado y los nuevos refugiados afganos ni siquiera pueden entregar sus solicitudes de asilo. «Se ríen de nosotros. No somos humanos para ellos», repite el joven Mohammad Hosseini.

Cual modernos Metecos, estos refugiados carecen de los derechos básicos de un ciudadano. «Yo he terminado el instituto y quiero ir a la universidad pero no tengo permiso. Son las reglas del Gobierno turco», explica Javid. Su sueño de estudiar literatura tendrá que seguir esperando. «¿Qué puedo hacer?», pregunta resignado.

La mayoría de los refugiados, como el propio Javid, se ven obligados a trabajar de forma ilegal para poder subsistir. Su situación los vuelve vulnerables ante los agravios laborales -su sueldo suele ser la mitad que el de un trabajador legal- y el abuso de las mafias. «Nuestra vida aquí no es fácil», reconoce Javid.

Protestas pacíficas

Una decena de tiendas de campaña, alineadas en uno de los laterales de un descampado, conforman el improvisado campamento-protesta. Allí, varios centenares de refugiados entran y salen cada día para cumplir con las rigurosas normas que el Gobierno turco impone a los solicitantes de asilo, las cuales les obligan a presentarse regularmente en la comisaría de su ciudad de acogida, en muchas ocasiones situadas a centenares de kilómetros de Ankara. «Pronto tendré que volver a Konya a firmar para que la Policía no se entere de que estoy aquí», explica Javid mientras degusta una pieza de bosragh, un postre tradicional afgano. «Esta es nuestra comida hoy», comenta.

Pese a las dificultades, nadie en el campamento piensa en abandonar la protesta. «Estamos aquí para reclamar nuestros derechos», remarca Javid. Una docena de refugiados iniciaron hace un mes una huelga de hambre e, incluso, llegaron a coserse la boca para reclamar la atención de las autoridades. A día de hoy, solo dos de ellos pueden continuar. Mientras, sus compañeros se concentran cada día frente a la sede de ACNUR. Durante dos horas por la mañana y otras dos por la tarde -lo máximo que las autoridades les permiten-, exhiben sus pancartas en completo silencio. «Es una protesta pacífica», incide Javid. «No nos pueden arrestar porque no hemos hecho nada», añade Hosseini. Aún así, los enfrentamientos verbales con la Policía son inevitables. «Nos han acusado de ser un rama de los talibán», asegura Hosseini.