Nagore BELASTEGI
Udate

Deshaciendo los caminos de chillida

Una escultura, un dibujo, un texto, una fotografía. El Eduardo Chillida que todos conocemos está ligado a la escultura, al hierro forjado y, si apuramos, a las esculturas del extremo oeste de Donostia que peinan el viento antes de que entre en la ciudad. Esa era su ciudad, donde nació, vivió, trabajó y quiso morir. Sin embargo, hace mucho que sus esculturas se exponen en una sala de la capital guipuzcoana. La sala Kubo del Kursaal ha tomado ese legado para celebrar el que sería el 90 cumpleaños del escultor.

Hace más de dos décadas que las esculturas de Eduardo Chillida posaron sus pesadas bases en las salas del donostiarra Palacio Miramar. Aquella exposición de 1992 dejó un buen sabor de boca, pero la apertura del museo Chillida-Leku en Hernani hizo dar por hecho que la colección del artista permanecería allí siempre. Este año el escultor cumpliría 90 años y para celebrarlo, la sala Kutxa-Kubo del Kursaal ha abierto sus puertas para acoger, no solo al artista, sino también a la persona en la muestra «Caminos».

En la exposición, que permanecerá abierta hasta el 28 de setiembre, se pueden ver un total de 130 obras, de las cuales alrededor de 40 son esculturas -algunas de gran tamaños- y el resto obras gráficas. Además, dos proyecciones, varios textos y fotografías acompañan el recorrido para que podamos entender mejor cómo era Chillida. El comisario encargado de elegir las piezas ha sido su hijo Ignacio Chillida, que ha seleccionado algunas expuestas en Chillida-Leku para que puedan ser vistas en un espacio tan diferente.

La muestra está dividida entre tres salas temáticas, aunque la obra del escultor hay que tomarla como un todo. La sala principal y más grande está dedicada a sus «huellas», que no son otras que sus obras. Ahí podemos encontrar, por ejemplo, una escultura de hierro de tamaño mediano en la que juega con el espacio y la luz, y que le sirvió de inspiración para proponer el proyecto del monte Tindaya de Fuerteventura. Aunque no se llegó a construir, su sueño era vaciar la montaña para que, además de tener valor por fuera -por las pinturas prehistóricas que tiene-, también fuera visitable por dentro. La sala está envuelta de bocetos y dibujos realizados por el artista, pero lo que realmente llama la atención son las obras grandes, las cuales guardan una pequeña historia detrás.

«Monumento a la tolerancia» (1985) es una gran pieza de hierro que si se golpea vibra y emite un sonido. «Una vez les pusimos micrófono a las esculturas para grabar sus sonidos y nos dimos cuenta que incluso el alabastro hace ruido, rozándolo suavemente», explicó el comisario. La escultura de alabastro a la que se refiere no es otra que «Homenaje a Pili» (2000), una pieza blanca de gran belleza que atrapa la luz. «Aita probó con otros materiales pero no funcionaba». Esa pieza lleva el nombre de la mujer que le acompañó durante toda su vida porque ella le pidió que le hiciera una escultura.

También por ello la pieza «Peine XVII» (1990) la conocen como «`El peine de mi madre'; ella se empeñó en que le hiciera uno». Pili se encargaba de todo lo relacionado con el trabajo de Eduardo Chillida, mientras que él sólo se dedicaba a crear. Incluso solía revolotear por su taller para darle ideas y, a fin de cuentas, también fue idea suya crear Chillida-Leku. «Ahí está y esperemos que siga estando -dijo Ignacio Chillida en referencia al museo, que lleva cerrado desde 2010, sin dar más detalles-, si no fuera por mi madre jamás se habría hecho». Esa pieza, el peine realizado a petición de su mujer, es la más pesada de toda la exposición (seis toneladas).

Pili está presente en cierta manera en otra de las obras que podemos encontrar en la sala «Huellas»: «Locmariaquer IX» (1989). «Mi madre se empeñó en comprar una autocaravana. Fuimos a Bretaña y luego a Normandía. Mi padre se levantaba temprano así que le pedíamos que nos trajera el desayuno. Él no solía llevar dinero encima, lo justo para el desayuno, así que un día vino exaltado porque había visto una cosa y no había podido comprarla. Al final se la compró: era un hacha. Con ella hizo dos esculturas; una con el mango y otra con la parte de hierro», explicó junto a la mencionada escultura dando a entender que aquella pequeña primera escultura fue el origen de la que ahora podemos ver en la sala Kubo.

Las esculturas de esta sala se completan con dos de sus primeros trabajos: «Ilarik» (1954), realizada en madera, e «Ikaraundi» (1957), en bronce. «Tuvo la suerte de exponer en la galería Maeght de París. A él no le gustaba trabajar el bronce, pero el responsable le dijo que si su obra se vendía no habría ninguna más para enseñar, y que hiciera copias en bronce. Era un chaval en la mejor galería del mundo y tuvo la debilidad de decir que sí. Cuando vio todas las esculturas en fila le pareció una zapatería y dijo que nunca más realizaría esculturas en bronce», afirmó Ignacio Chillida, divertido.

De hecho, el pensamiento de su padre se decantaba más por hacer una sola escultura que pudiera disfrutar todo el mundo que muchas que pudieran disfrutar unos pocos. De ahí que sus trabajos como monumentos públicos sean tan importantes. Estos se reúnen en una pequeña sala, la más importante, según el comisario. «Esta sala se queda un poco arrinconada, pero por eso le he querido dar más importancia, para que quien se asome, entre. Tiene el mayor peso de la exposición», afirmó. En este espacio, además de conocer los monumentos públicos que se encuentran en diferentes ciudades del mundo, podemos descubrir el lado más personal del artista, puesto que, junto a los logotipos realizados para Kutxa, Euskal Herriko Unibertsitatea, Amnistia y Donostia (tomado como imagen de la Capitalidad Cultural Europea Donostia 2016), podemos encontrar también algunas cartas que nos hablan de su ideología política. «Mi padre a veces iba por un lado y otras veces por otro», advirtió antes de leerlas. En 1977 escribió al entonces monarca español Juan Carlos de Borbón para pedir la liberación de los presos vascos. Veinte años más tarde dirigió sus letras a ETA para pedir la libertad de Miguel Ángel Blanco.

En este espacio, íntimo, nueve de los 44 monumentos públicos que realizó cuentan con una maqueta, diseños y explicación. Entre ellos podemos encontrar «Elogio del horizonte» (1989, Gijón), para la cual le pidieron que realizara un camino para que la gente pudiera seguirlo y el artista contestó que los visitantes buscarían su propio camino. Este interés por los caminos es que le da nombre a la exposición. Otra de las obras que merecen explicación es «Lugar de encuentros III» (1972, Madrid), que fue construida para ser colgada. «Fue prohibida por motivos políticos. Mi padre se enfadó porque no quería que se quedara en el suelo, así que se la regaló a Miró. Estuvo en la fundación Miró unos cuatro o cinco años y cuando volvió la democracia se la pidieron otra vez. Él dijo que ya no era suya, pero se la pidió a Miró, que no solo la cedió, sino que también dio una suya para formar un parque de esculturas», dijo el hijo del artista.

La última sala está dedicada a la escultura más popular de Chillida, y también la que se ha convertido en un icono de Donostia: «Peine del viento XV» (1976). El escultor comenzó su actividad en 1952 y terminó al morir en 2000. En todo ese tiempo no dejó de realizar peines, uno de sus temas más recurrentes. Al principio sus ideas nada tenían que ver con el conjunto escultórico que todos tenemos en mente. Las formas eran más rectas. Tras numerosas figuras eligió tres para decorar su rincón preferido en la ciudad.

Chillida decidió que quería colocar las piezas en las rocas para que aguantaran las envestidas del mar y, por lo tanto, el hierro debía ser resistente para que no se rompiera con la corrosión. Para conseguir el aspecto y material deseado acudió a la forja de Patricio Etxeberria, en Legazpi. En la muestra, además de esculturas de pequeño tamaño de los que más tarde saldría una de las seis esculturas de Chillida de Donostia, podemos encontrar varias imágenes realizadas por el fotógrafo Francesc Catalá-Roca. Casualmente, él fue el protagonista de la anterior exposición de la sala Kubo, que fue visitada por 30.000 personas. Chillida también debe cumplir.

Los otros caprichos

Si la exposición de Catalá-Roca fue el gran reclamo expositivo de la ciudad durante el primer cuatrimestre del año, ahora le corresponde a Chillida atraer a los visitantes. Tras él, según avanzaron los responsables de la obra social de Kutxa, una muestra reunirá lo extraño, lo grotesco y lo terrorífico, desde los grabados de Goya hasta el videoarte actual, para conmemorar los 25 años del Festival de Cine Fantástico y de Terror de Donostia.

En cuanto a la exposición que nos acontece, también realizarán un guiño a otro de los eventos más importantes de la ciudad, la Quincena Musical. Durante esos días las esculturas de Chillida estarán rodeadas por la música de “Las variaciones de Goldberg”, de Johann Sebastian Bach, una de las piezas preferidas del escultor.
Al margen, se realizarán visitas guiadas gratuitas el primer sábado de cada mes. Además, los niños podrán participar en actividades especialmente programadas para ellos. En los talleres realizarán una escultura que pondrán en la calle, en la ciudad. Mediante fotografías colgadas en la red realizarán un nuevo panorama artístico de la ciudad que podrá visitarse a través de un plano online.

Otro de los puntos fuertes de la muestra “Caminos” es el catálogo disponible en la tienda de la sala, realizado con un formato especial. Además de mostrar todas las obras presentes en la exposición, reúne los textos de Andrés Nagel, a quien el propio Ignacio Chillida pidió por favor que realizara, y de José Ángel Valente, amigo del escultor que escribió esas palabras con motivo de la exposición de 1992. El poeta falleció el mismo año que Chillida, así que para este catálogo han rescatado sus palabras muy oportunamente con el objetivo de recordarlo a él también. N.B.