Beñat Zaldua
Iruñea

El fin del petróleo

El petróleo es hoy en día la base sobre la que se sustenta el modelo productivo global. ¿Qué pasaría si se acabase el oro negro? La respuesta no es un ejercicio de ciencia ficción, sino una realidad bien tangible porque, según afirman los especialistas, la producción de petróleo llegó a su tope en 2005.

Un campo de petróleo en California. (Mark RALSTON/AFP PHOTO)
Un campo de petróleo en California. (Mark RALSTON/AFP PHOTO)

El petróleo se acaba. El ‘Peak Oil’, fenómeno con el que se bautiza el pico máximo de la producción de crudo, llegó en el año 2005 y nunca más volverá a crecer. No son las teorías conspiranoides de cuatro iluminados. Lo dijo en el 2010 la Agencia Internacional de la Energía (AIE), que añadía, en un esfuerzo voluntarista según la comunidad especializada, que con los pozos todavía por explotar y los yacimientos que supuestamente todavía están por encontrar, como mucho, se podría mantener la producción actual.

Dando por buenas las voluntaristas predicciones de la AIE y teniendo en cuenta que el crecimiento económico está íntimamente ligado a la disponibilidad de energía –la misma AIE constata la relación entre el consumo de energía y el PIB–, especialistas en la materia como Antonio Turiel, del Oil Crash Observatory, anuncian sin tapujos que «esta crisis no acabará nunca». No lo hará porque la energía –sobre todo el petróleo– es al capitalismo lo que la yema a un huevo frito. Es decir, no es posible la una sin la otra. Y, como hemos visto, el petróleo se está acabando. El propio FMI advertía en 2011 que los altos precios del petróleo podrían generar una nueva oleada recesiva.

En su día –ya hace unos cuantos–, el propio Karl Marx anunció que una de las principales perversidades del capitalismo es que para subsistir necesita expandirse y crecer sin interrupción. En su blog, Turiel traduce este enunciado a una realidad constatable en el día a día, a través del ejemplo del interés del crédito bancario. Es decir, devolver un crédito siempre implica pagar más de lo que te prestaron, debido a los intereses, lo que implica la necesidad de un crecimiento constante de la producción de riqueza. Así de obvio. Y así de perverso cuando la energía fósil con la que funciona el planeta no es, ni mucho menos, ilimitada.

Otro dato para pensar es que, en el Estado español, el consumo de petróleo descendió un 18% entre los años 2008 y 2011. Los más escépticos señalan que el descenso del consumo energético es una consecuencia de la crisis; ya que, como se produce menos, se consume menos. No es más que un pez que se muerde la cola, ya que los mismos analistas suelen ser los que aseguran que para salir de la crisis lo que hace falta es más crecimiento económico. Un crecimiento que la carestía de la energía convierte en poco más de una quimera. Más todavía cuando los países emergentes como China y la India pueden asumir mucho más fácil la carestía del petróleo. Todo un director ejecutivo de la multinacional petrolera Shell, Peter Voser, afirmó que, al ritmo económico actual, en 2020 China y la India necesitarían todo el petróleo que se extrae de los campos actualmente productivos.

Consecuencias y alternativas

Las consecuencias resultan más que obvias. De seguir con el actual modelo económico global, no serán ni ‘El fin de la Historia’ de Fukuyama ni el ‘Choque de civilizaciones’ de Huntington los parámetros bajo los que se desarrollará la geopolítica de los próximos años. Será la competición por los recursos energéticos la que prime, con consecuencias que pocos se atreven a anticipar. En 2010, la publicación alemana ‘Der Spiegel’ filtró un estudio del ejército alemán en el que se analiza el ‘Peak Oil’ y se prevé un cambio en las relaciones geopolíticas de Alemania, con riesgos para la democracia alemana y europea.

Teniendo en cuenta que, como se analiza en unos de los textos que acompaña este reportaje, no existe hoy en día energía alternativa capaz de suplir al petróleo, los especialistas coinciden en señalar que cierto grado de decrecimiento –al estilo del impulsado por Serge Latouche– es tan utópico como imprescindible. Utópico porque nadie con el poder suficiente para impulsarlo se da por aludido; imprescindible porque la alternativa no es sino una crisis permanente, con conclusiones que todos prefieren obviar.