Beñat Zaldua
Iruñea

Cumbre sobre el cambio climático, mucho ruido y pocas nueces

Delegados y expertos de todos los países de la ONU se reúnen estos días en Doha (Qatar) en la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, con el objetivo de alcanzar acuerdos de calado para evitar la catástrofe del calentamiento global. Todo indica, sin embargo, que los intereses nacionales y de las multinacionales volverán a primar por encima de un cambio climático que ya está cambiando el planeta.

Inauguración de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en Doha. (Karim JAAFAR/APF PHOTO)
Inauguración de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en Doha. (Karim JAAFAR/APF PHOTO)

Delegados de todos los países de la ONU, representantes de empresas y lobbies de diverso pelaje, 7.000 miembros de organizaciones no gubernamentales y 1.500 periodistas se reúnen estos días en la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Lo hacen en la capital de Qatar, Doha, un oasis de rascacielos plantado en pleno desierto arábigo, construida a golpe de petrodólar. También se ha conocido estos días que la próxima cumbre sobre el clima la acogerá Polonia, país que se opone a que la UE reduzca en un 30% sus emisiones de carbono dióxido.

Dos símbolos que condensan las contradicciones de este tipo de encuentros, indispensables por la urgencia del cambio climático pero inútiles ante la falta de acuerdo de los países con poder para cambiar algo. Es lo que pasó en Durban hace exactamente un año, cuando la cumbre finalizó con un acuerdo de mínimos en la prórroga. Se trataba, sin embargo, de un acuerdo que no entraba en concreción alguna a la hora de adoptar medidas contra el calentamiento global y que dejaba a los dos países más contaminadores del mundo, EEUU y China, sin plazo alguno para poner en marcha las medidas acordadas.

El objetivo de fondo es conseguir que la temperatura del planeta no ascienda más de 2ºC, que es el umbral que señalan los expertos –no todos– en el que se situaría la catástrofe absoluta. Para hacernos a la idea de la situación en la que estamos, la Agencia Internacional de la Energía señaló recientemente que si el consumo de combustibles fósiles sigue el ritmo actual, la temperatura en unas décadas podría elevarse 3,6ºC, lo que supondría, para entendernos, el fin del mundo tal y como hoy lo conocemos.

Negociaciones complicadas

Las negociaciones tienen como objetivo tres acuerdos. El primero, sobre las metas de reducción de emisiones de gases invernadero de aquí al año 2020, con el Protocolo de Kyoto como marco. El segundo, preparar las condiciones para un nuevo acuerdo climático después de 2020; y, por último, asegurar la asistencia técnica y financiera a los países en desarrollo para que reduzcan sus emisiones sin perjuicio para su crecimiento.

Los más pesimistas auguran que no habrá acuerdos en ninguna de las cuestiones de fondo, más allá de pequeños pactos que puedan llenar titulares. La posición de la poderosa EEUU les sirve de augurio. Al inicio de la conferencia, su delegado, Jonathan Pershing, ya anunció que no prevén «incrementar sus metas de emisiones más allá de lo que ya fue acordado», en referencia al compromiso de reducir en un 3% las emisiones para 2020 –respecto a los niveles de 1990–. Es más que probable que EEUU no consiga cumplir dicho compromiso, pero aunque lo hiciese, cabe pensar que estudios como el de Kevin Anderson, del Centro Tyndall para la Investigación del Cambio Climático, señalan que las reducciones en el Norte industrializado deberían ser del 70% en el año 2020. Y como con EEUU, también con China o con Europa –aunque la UE es algo más laxa a la hora de negociar–, por mencionar los principales responsables de las emisiones de gases invernaderos.

Por nefastas que sean las consecuencias del cambio climático, la geoestrategia y los intereses –tanto nacionales como los de las multinacionales– siguen primando, por lo que nadie se atreve a poner la mano en el fuego por que se consiga un acuerdo de gran calado estos días en Qatar, el país con mayor huella de carbono por habitante del planeta. Eso sí, el café que sirven en la fastuosa conferencia tiene la certificación de carbono neutral, que quiere decir que en su elaboración apenas se emiten gases invernadero.