Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

Qué orgullo de país

Llegará el día en el todos nos miremos a la cara en este país y nos preguntemos dónde estábamos en los momentos de la infamia de Donostia u Ondarroa. Cuando una horda llegada de Mordor (ya lo decía La Polla Records, «era un hombre, ahora es poli») arrancaba, piedra a piedra, cuerpo a cuerpo, la barrera formada por mujeres y hombres resueltos a desobedecer un mandato judicial ajeno y lacerante. Habrá que rendir cuentas. Repetir en voz alta, sin bajar la mirada, las frases pronunciadas y las órdenes que se firmaron. Hacerse cargo de las responsabilidades de cada uno.

Los dos muros populares me han pillado a muchos kilómetros de Euskal Herria. El primero, en Caracas. El segundo, en un tren de camino a Valencia. En ambos casos, pegado al Twitter y con un nudo de angustia en la garganta. Cada consigna de ánimo, tirón de pelo, dedo en un ojo o rostro quebrado de obstinada solidaridad hacían que la bola se hiciese más grande. «Gaur guk irabazi dugu». Y uno ya no puede evitar las lágrimas y las ganas de gritar «pero qué puto orgullo de país». Todas las personas que estabais allí nos recordasteis, como siempre, por qué merece la pena esta pelea. Gracias. Especialmente a quienes os arrancaron para llevaros a una celda. Como escuché en uno de los vídeos de Ondarroa, «ellos por dinero, nosotros por amor».

Hay momentos concretos que trascienden. Este es uno de ellos. Las réplicas de los 300 en las Termópilas -el Bule o el puente de Ondarroa- sacudirán el futuro inmediato de este país, condicionado por los juicios políticos.

«¿Y si en lugar de tres horas, tardan 24? ¿Y si conseguimos que no se lleven a nadie?».

Los dos extremos del puente están definidos. Que cada uno elija. Yo me quedo con el puño en alto de Urtza Alkorta, con la dignidad de ese chaval que, ya por los suelos, consigue aferrarse a la barra de metal para retrasar unos segundos la detención. Con las familias que llevaban víveres al campamento. En el otro lado, ese energúmeno encapuchado con serios problemas de dicción. Los que se alarman por el precio del dispositivo mientras ignoran deliberadamente quién ejecutó una sentencia injusta frente a la voluntad de la mayoría vasca. Una imagen grotesca que me recuerda, salvando todas las distancias, al «Saturno devorando a sus hijos». El subsuelo ético.

Hay que tomar partido. Como advirtió Hugo Chávez a los yankis: «¡váyanse al carajo, que aquí hay un pueblo digno!». Nos veremos donde haga falta. Hasta que no se vuelvan a llevar a nadie.

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