Hoy hemos despertado con otro cuento de terror protagonizado por el rostro-significante, por la máquina de guerra del Estado español. Veo la mirada brillante, profunda y tierna de Arkaitz Bellon, y lloro. Hay ciertas vidas, como apunta Butler, que “están altamente protegidas, y el atentado contra su santidad basta para movilizar las fuerzas de la guerra. Otras vidas no gozan de un apoyo tan inmediato y furioso, y no se calificarán incluso como vidas que merezcan la pena”. La máquina de rostridad deshumaniza:
“La relación de la deshumanización con el discurso es compleja. Sería demasiado simple afirmar que la violencia implementa sencillamente lo que ya está funcionando en el discurso, de tal manera que un discurso sobre la deshumanización produce un comportamiento estructurado por el discurso, incluyendo la tortura y la muerte. La deshumanización surge en el límite de la vida discursiva –límites establecidos por medio de prohibiciones y represiones-. Lo que está funcionando aquí es menos un discurso deshumanizante que un rechazo del discurso cuyo resultado es la deshumanización. La violencia contra aquellos que no están lo bastante vivos –esto es, vidas en un estado de suspensión entre la vida y la muerte- deja una marca que no es una marca. No habrá aquí ningún duelo (dijo Creonte en Antígona). Si hay allí un “discurso”, se trata de un discurso silencioso y melancólico en el que no ha habido ni vida ni pérdida; un discurso en el que no ha habido una condición corporal común, una vulnerabilidad que sirva de base para una comprensión de nuestra comunidad; ni ha habido un quiebre de esa comunidad. Nada de eso pertenece al orden del acontecimiento. No ha pasado nada (Butler)”.
Nos hemos convertido en testigos lunáticos de lo que acontece en estas situaciones límite en las que el Estado ejerce la violencia, y la oculta o la justifica; situaciones que se han enmarcado en lo que se denomina, no muy acertadamente, admitámoslo, una ‘guerra de baja intensidad’. En días como hoy, ese testigo que debiera mantenerse silencioso y melancólico alza su voz ante la comunidad para dar fe de lo que sí ha sucedido, de lo que sí pertenece al orden del acontecimiento.
Dedico este poema a Arkaitz Bellon. Un poema, aún inédito, que escribí cuando se llevaron, casi muerto, a Igor Portu:
Lunáticos testigos
Y declararé la aventura de los lunáticos que cruzan las plazas
vacías hasta con luna llena, bajo la amenaza de los relojes implacables.
Algún día traicionaré todos los misterios
aunque quizás luego tenga que callarme para siempre.
Gabriel Celaya
Ellos nos declararon la guerra, quisieron
aniquilarnos, vernos escindidos. Alguien dijo
que el secreto ha de residir en la casa del reloj,
porque el tiempo había sido detenido.
Granos de arena dispersados
entre sangre y cristales rotos.
La sangre de nuestros hermanos.
¿Qué sientes ahora? Gotas de sangre golpean mi cara.
Dime, ¿qué sientes ahora?
Un cinturón de hierro clavado
en mi abdomen. Aún escucho aquella funesta voz
que, entre sueños, pronunciaba mi nombre
en tono de amenaza. Luego vinieron
los perros sin ojos que mordían mis manos, hasta que yo,
amazona herida, me retorcía de dolor, y cuanto más me acechaba
la bestia de la noche, cuanto más sufría
más me aferraba cada noche a la vida,
a la fuente eterna.
Me hice fuerte, y la amenaza constante de la tortura,
del aislamiento y de la cárcel,
no impidió que resistiera y diera testimonio.
Me agrede, me golpea, yo estoy inmovilizada
por el pánico. El policía me grita:
¿Qué sientes ahora? Le respondo: Es la sangre de mi hermano,
que yace medio muerto; se derrama
por mi cara la sangre de mi hermana
a quien habéis violado.
Cada revelación deshace el rostro y desvela
el contorno de una máscara, la silueta
de la llama del destino se eleva enérgica
más allá del miedo ciego. La niebla,
halo protector, nos envuelve al pie de la montaña.
De los múltiples pechos de Artemisa
emerge el templo donde nosotras, amazonas heridas,
nos hemos guarecido.
Crucé el puente sin dejar de mirar atrás, sin olvidar
nada de lo ocurrido; crucé
y la puerta de Ishtar se abrió ante mí:
Majestuosa es la casa de nuestros ancestros.
Allí me fortalecí y supe ver
más allá del miedo que ciega.
Ella me dijo que para sobrevivir a la tortura
su cabeza se separó del resto
de su cuerpo: Lo vio tirado en el suelo en manos
de la policía, despojado de su fuerza,
brutalmente golpeado, dañado, gélido.
Quisieron aniquilarnos, desearon
que nos escindiéramos, pretendieron silenciarnos
pero ante la inmensa y refulgente luna
que como real vestigio y testigo fiel
nos vio amar y nos vio luchar, no hay reloj
que nos detenga, ni déspota que se imponga
al devenir de los ciclos vitales que fundan
el sentido de nuestra aventura en la tierra.
Amar, luchar, resistir como testigos lunáticos
de una batalla en la que está en juego
la vida que se afirma.
Ainhoa Güemes