Juan Antonio Aguilera Mochón
Profesor de la Universidad de Granada
KOLABORAZIOAK

Cásate y sé sumisa (como Dios manda)

La Iglesia ha sido y es el principal enemigo en la lucha por la igualdad de la mujer, propiciando la sumisión a los hombres que ahora nos recomienda sin pudor, y como católica coherente, la autora italiana

Cásate y sé sumisa» es el libro de Constanza Miriano que acaba de lanzar la editorial Nuevo Inicio, presidida por el arzobispo de Granada. Me sorprende el revuelo originado por un texto que degrada y humilla a las mujeres y entiendo que, por tanto, también a los hombres.

Mi sorpresa se debe a que el libro es perfectamente congruente con la doctrina y tradición católicas y, de manera notoria, con las posiciones del arzobispo de Granada. Como resalta la autora, el título está tomado de san Pablo: «Así como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo» (Efesios 5:24).

Constanza no ha tenido que esforzarse rebuscando, podía haber tomado agravios similares de muchísimos otros pasajes de la Biblia. El Antiguo Testamento es un texto esencialmente misógino, empezando por la misma creación de la mujer: para que el hombre no se sintiera solo. Tardó poco Eva en morder la manzana, y así se mereció lo que Dios «a la mujer le dijo»: «Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos. Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará». (Gén. 3:16).

Lo malo es que castigó también a todos y todas los que vinimos después. Tuvo que venir no otra mujer como sería lo previsible, sino un señor («el Señor»), Dios mismo encarnado, para arreglar el desastre: propiciando que lo mataran, con esa misteriosa lógica Suya. Pero no solo seguimos con el pecado original, sino que, si no lo evitamos contraviniendo Su voluntad, la mujer continúa pariendo con dolor.

Después de Eva, ya fue todo ir de malas con ellas, con una saña divina. Cuando no se las ignoraba: Dios impuso los diez mandamientos pensando solo en los hombres, como podemos deducir de Éxodo 20:17: «No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo...». Siempre que habla de «tu prójimo», el «tu» se refiere a un humano con testículos.

Para qué seguir. Los creyentes católicos más progres están muy a disgusto con ese Dios del Antiguo Testamento. Como no hay por donde cogerlo, se concentran en el Nuevo. Pero hete aquí a Pablo -el verdadero fundador del cristianismo- diciendo muchas perlas como estas: «Si quieren aprender algo, pregúntenlo a sus propios maridos en casa; pues es indecoroso que la mujer hable en la asamblea.» (1 Cor. 14:35).

Pero no importa, a quien hay que promocionar es a Jesús. Sin embargo, Este tiene el mismo desliz que Yahvé (¿una prueba de que era el Mismo?) al decir: «Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer... no puede ser discípulo mío» (Lucas 14:26). No cabía que «alguna» viniera donde Él, de hecho, no hubo sitio para una sola entre los 12 apóstoles. En el trato de «perra» que Jesús dio a la mujer cananea parece que primó la xenofobia frente a la discriminación misógina, pero esta sí se aprecia aquí: «Ahora bien, os digo que quien repudie a su mujer -no por fornicación- y se case con otra, comete adulterio.» (Mateo 19:9). Ni planteaba que la mujer pudiera repudiar al marido fornicador. Por cierto, «marido» que Él nunca fue, pues se mantuvo soltero, cosa extraña, y hasta sospechosa, en su época.

En fin, la Iglesia siguió la enseñanza bíblica antifemenina por los siglos de los siglos, como sabemos. Baste una muestra de San Agustín, considerado el máximo pensador del cristianismo del primer milenio: «Es Eva, la tentadora, de quien debemos cuidarnos en toda mujer... No alcanzo a ver qué utilidad puede servir la mujer para el hombre, si se excluye la función de concebir niños.»

En la actualidad, sabemos que la mujer es, en la jerarquía de la Iglesia, un bonito cero a la izquierda, y que no hay estado más machista que el Vaticano. La Iglesia ha sido y es el principal enemigo en la lucha por la igualdad de la mujer, propiciando la sumisión a los hombres que ahora nos recomienda sin pudor, y como católica coherente, la autora italiana. Esta es probablemente una víctima de esa educación castrante que pone a una Virgen como modelo de madre, en una ofensa a la inteligencia y a cualquier moral respetable. Pero dejemos que sea su Dios quien la perdone.