José María Pérez Bustero
Escritor
GAURKOA

¿Criminales en la calle?

Se refiere el autor a los escándalos mediáticos que han seguido, tras la sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, a la salida de la cárcel de las personas a quienes el Estado español había alargado ilegalmente sus condenas. Pérez Bustero aconseja dejar de lado esa presión mediática para acercarse a las realidades que se ven afectadas en esta polémica. Empezando por el hecho de que las mayores matanzas de la historia las han realizado los gobiernos en las guerras y siguiendo por la asentada tendencia a llenar las cárceles de los sectores más desfavorecidos.

Hay en las últimas semanas una marea de afirmaciones hechas desde la política, prensa y organizaciones de víctimas, que transmiten la idea de que el tribunal de Estrasburgo y la Audiencia Nacional han abierto las puertas de la cárcel a «criminales». De un modo u otro, se oye que «Es una vergüenza dejar libres a esas personas solo después de 20 o 29 años de cárcel». Otra cosa los tiempos en que, como refería en 1857 el juez inglés Charles Philips, «nosotros ahorcamos por todo: por robo de un chelín, de cinco chelines, de cinco libras, por cortar un árbol plantado. Ahorcamos por el robo de un carnero, de un caballo, de un buey o una vaca, por falsificación de escrituras, por cosas que fueron o que pudieron ser».

Esa añoranza de penas mayores trae como imagen la libertad de Miguel Ricart, condenado por la muerte de las «niñas de Alcàsser», que tuvo lugar en 1992. Y regurgita la memoria de otros casos, como el reciente de Asunta Basterra, el de la pequeña Mª Luz Cortés (año 2008) -cuyos padres iniciaron una campaña de recogida de firmas solicitando la cadena perpetua para los pederastas-, el del «asesino de la Catana», que mató a sus padres y una hermana (Murcia, año 2000), o el de Rocío Wanninkhof (en Mijas, Málaga 1999). Paralelamente, se citan a lo largo y ancho de la prensa los datos sobre los «terroristas» que van quedando recientemente en libertad, tras decretar la Audiencia Nacional su liberación, aplicando el fallo del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que anuló la doctrina Parot. Se pone, pues, el acento en el dolor de las víctimas que se ven olvidadas y vejadas y en el posible shock de toparse en la calle con los «criminales» liberados. La presidenta de la AVT ha llegado a decir que «si el Tribunal Supremo no sirve para nada, que lo quiten y nos ahorraremos dinero los españoles».

Si uno decide saltar por encima de esa presión mediática, y analizar a fondo el tema de la justicia, la autodefensa de la sociedad frente al malhechor, la necesidad de intimidar al posible delincuente o la superación de la venganza, se topa con un campo sumamente complejo. Filósofos, juristas, sociólogos y políticos han llenado miles de páginas en esa tarea. Hay, sin embargo, una serie de verdades que, apenas se desbrozan, marcan sorprendentes realidades.

La primera de ellas, tremenda y silenciada a menudo, es que los mayores cúmulos de asesinatos, matanzas y destrucciones tienen lugar en las guerras, y que sus creadores e incitadores son los gobernantes y poderes económicos. Ciñéndonos a los últimos cien años podemos recordar las guerras mundiales, el «Alzamiento» franquista, las guerras contra los movimientos de liberación en Africa y Asia, las de los dictadores latinoamericanos, la de Corea, Vietnam, la de Afganistán (que empezó como «Operación de Libertad Duradera» y sigue viva desde el año 2001) o la de Irak, (a la que llamaron «Operación de Libertad Iraquí» y que desde el año 2011 denominan «Nuevo Amanecer»), la guerra de Somalia, la de Mali. En cada una de esas guerras convirtieron en cadáveres a miles y hasta millones de civiles, viejos, jóvenes, niños, además de soldados; con otros millones de desalojados y desesperados. ¿Son solo ciertos gobiernos a los que hay que citar? Ni mucho menos. En Irak hubo docenas de gobiernos. El español tuvo su protagonismo con Aznar y la brigada Plus Ultra. En Afganistán llegaron inicialmente 26 soldados españoles y se habla de 26.000 a lo largo de los años. Y, al margen de esa participación expresa, los gobiernos se venden armas, se dan abrazos, hacen coaliciones, aplauden victorias del otro, como si fueran éxitos deportivos, le callan los hechos vergonzosos. Así resulta que, los que mandaron y mandan matar, destruir, explotar y sus socios no han sido ni son siquiera imputados. Ni se considera asesinos a quienes les aplauden y colaboran con su estrategia de muertes.

Una segunda verdad, análoga a la primera, nos lleva a los grandes generadores de miseria, paro, desequilibrio económico, carencia de recursos básicos o incapacidad de organizar la propia vida, y que tampoco son juzgados, ni van a prisión. En los últimos años, los medios de comunicación mismos, cada uno en su parcela, nos van abriendo los ojos ante la proliferación de robos vestidos de legalidad, que depredan al conjunto de la sociedad. ¿Prisión? Los grandes ladrones y malhechores viven en edificios soberbios, residencias fastuosas, sedes de partidos y hasta edificios institucionales. Por desgracia, la figura del bandido y del peligroso social sigue adscrita a los «vagos y maleantes». El traje y corbata, el coche de lujo, el trabajo en un despacho, por mucha miseria y dolor que generen, un año tras otro, no traen a la imaginación al ladrón.

La tercera verdad, adosada a estas, es que los gobiernos y grandes partidos, para apartar las miradas de su propia corrupción, crean la figura del «enemigo interno». Ese enemigo es en primer lugar el delincuente común. Y llenan las cárceles de esos «enemigos». Así sucede que, si en el Estado español hay más de 76.000 internos en las cárceles, el doble que en 1990, no se debe a que hayan metido a banqueros, altos empresarios y políticos. Las han llenado con personas que proceden de ambientes deprimidos, con escasa formación, escasas habilidades sociales, extranjeros, drogodependientes, con patologías psiquiátricas... según los mismos datos oficiales («El sistema penitenciario», 2010). El objetivo real de las cárceles no es, por ello, la reinserción. ¡Demasiado costosa! ¿Cuantos psicólogos y psiquiatras trabajan en cada cárcel? ¿Dónde hay un estudio serio demandando un tratamiento específico para ese porcentaje de internos? No vale la pena. La cuestión es dar sensación de fuerza, limpiar las calles y que la gente lo vea.

El otro gran enemigo interno son los terroristas. Se da por sentado que todos los «terroristas», o sea, los grupos armados palestinos, filipinos, afganos, libaneses, iraquíes, tamiles o hispanos, deben ser extirpados mediante la represión militar o penal. No tienen excusa alguna ni se debe negociar con ellos. El terrorismo es un concepto panacea. ¿Conflicto con el Estado? ¿En España? ¿De qué me estás hablando? En el Estado español hay un proceso sagrado que ha dado como fruto la actual patria de todos. Historia limpia y finiquitada como dios manda. Unas cuantas conquistas militares que acabaron con los antiguos reinos, tres guerras carlistas y forales en el siglo XIX ganadas por Madrid, unos cuantos gobiernos militares que corregían las carencias de reinas y regentes, mano firme contra semanas trágicas y revueltas callejeras, las dictaduras de Primo de Rivera y de Franco en el XX, enderezando el camino con unos cientos de miles de muertos. Y nada más. Luego se llevó a cabo una recuperación del sistema democrático, y se hizo borrón y cuenta nueva. ¿Que algunos se empeñaron en combatir por las armas al Gobierno central? Asesinos ellos y todos los que coincidan con ellos en verbos, adjetivos, fotos, o abrazos. ¿Que ya no hay lucha armada y los abertzales critican hasta los actos residuales de «kale borroka»? No te fíes. Llénales la cara con el mismo barro de siempre, que impacta mucho a los votantes.