Txisko FERNÁNDEZ

Los obispos critican la política pero cada vez participan más en ella

Los obispos vascos -especialmente aquellos que se alinean con las tesis ultraconservadoras dentro de la Iglesia católica- participan cada vez de forma más activa en manifestaciones de claro carácter político. No obstante, en el posicionamiento teórico que impregna sus discursos, intentan desligar su imagen de la de los representantes políticos en un momento en el que, en muchas encuestas, estos aparecen cuestionados por gran parte de la ciudadanía.

Cada vez resulta más habitual observar a un prelado en mitad de una manifestación, como ha ocurrido este fin de semana con el obispo de Baiona, Marc Aillet, que se desplazó hasta París para tomar parte en la protesta contra una iniciativa legislativa sobre la interrupción voluntaria del embarazo (más información sobre el tema en las páginas 4 y 5). No obstante, todavía sorprende un poco que formen parte de un escrache, como el que protagonizó estas navidades el arzobispo de Iruñea, Francisco Pérez, ante una clínica de Antsoain en la que se practican abortos de forma legal.

Menos extraño resulta que los jerarcas de la Iglesia católica intenten influir en la actividad política a través de sus discursos públicos o de sus orientaciones privadas, lo que han hecho de forma secular. Por eso, a estas alturas puede parecer contradictorio que los propios obispos arremetan contra la actividad política. Pero durante su homilía de ayer, con motivo de la festividad de San Sebastián, José Ignacio Munilla, puso de relieve que esa supuesta contradicción es fácil de solventar.

Regular la vida social

Como se recogía en la web de la diócesis donostiarra, el obispo «ha alertado de que la política, siendo muy necesaria, ha llegado a convertirse en el único principio rector de la existencia humana». Y, siguiendo el habitual mensaje maniqueo, «ha denunciado que en nuestra sociedad actual la política pretende decidir el bien y el mal, redefinir la naturaleza humana y la propia familia, pretende determinar el principio y el fin de la vida humana e incluso pretende ser la única responsable del sistema de enseñanza, etc».

Resulta paradójico que el obispo Munilla reproche a «la política» que pretenda regular las actividades que marcan el funcionamiento del conjunto social. En este sentido, añadió que «la clave está en entender que la política es el ejercicio de la prudencia social, al servicio del bien común; es decir, al servicio de la justicia».

Llegado a este punto, citó una cuestión más concreta, la del aborto: «Sería un error gravísimo que un valor moral absoluto, como por ejemplo es el caso del respeto a la dignidad de toda vida humana desde su concepción, quedase sin protección de forma incondicional, en virtud de una falsa prudencia».

De manera más general, incidió en que «otro error gravísimo» sería tensar la convivencia social para «dar cabida a todas las reivindicaciones partidistas, que, siendo más o menos legítimas, no son en sí mismas ningún valor absoluto, sino cuestiones opinables».

Discurso homófobo

Con un trazo más grueso que el de Munilla se expresó el pasado fin de semana Fernando Sebastián, arzobispo emérito de Iruñea y que, aunque «se jubiló» en 2007, acaba de ser nombrado cardenal por el Papa.

En una entrevista publicada por el diario «Sur», Sebastián, que reside en Málaga, dijo que la homosexualidad «es una manera deficiente de manifestar la sexualidad» y que «se puede normalizar con tratamiento». Como es habitual en los prelados católicos, no tuvo reparos en pasar por alto su voto de castidad al destacar que la sexualidad «tiene una estructura y un fin, que es el de la procreación».

El nuevo cardenal insistió en su discurso homófobo al comentar que él padece hipertensión y que, en vez de enfadarse porque se lo digan, lo entiende como «una deficiencia que tengo que corregir como pueda». «El señalar a un homosexual una deficiencia no es una ofensa; es una ayuda -intentó justificar- porque muchos casos de homosexualidad se pueden recuperar y normalizar con un tratamiento adecuado».