Oihane LARRETXEA

Un abrazo una vez al año en la cárcel de Monsanto

Andoni Zengotitabengoa es el único preso vasco en Portugal. Este es el relato de su pareja, Iera Abadiano, sobre las condiciones en Monsanto y un régimen de visitas que corta los lazos entre las dos hijas y su padre, difundido por Etxerat.

Andoni y Iera tienen dos hijas en común, de nueve y seis años. Las ocasiones en las que han estado los cuatro juntos pueden contarse con los dedos de la mano. Una vez al año, y con una fecha especial de por medio -Navidades, un cumpleaños...- se produce una visita de carácter excepcional, de dos horas de duración y en la que pueden participar tres familiares, además del preso. Separados por una larga mesa, en lugar del cristal habitual, se reencuentran los cuatro miembros de la familia. Abadiano explica que la constante supervisión de los funcionarios de prisión rompe la «magia» que surge en un momento tan esperado.

«Pronto se cumplirán diez años desde que comenzamos a formar una familia -cuenta en una entrevista difundida por Etxerat y a la que ha tenido acceso GARA-. A los obstáculos que hemos vivido durante el periodo de la clandestinidad se le suman los de los últimos cuatro años. Estas condiciones no dan lugar a nuestras necesidades emocionales. Nos es imposible (...) Es inadmisible que solo podamos abrazarnos una vez al año», denuncia Iera Abadiano.

Zengotitabengoa está en Monsanto (Lisboa), el considerado como penal más seguro de Portugal. Las visitas ordinarias también están llenas de limitaciones, empezando por los permisos para realizarlas. Aunque la ley le reconoce la visita de amistades, en cuatro años la dirección no ha dado permiso para ello y son unos pocos allegados quienes pueden encontrarse con él..

En un cuarto de seis metros cuadrados y separados por un cristal «sucio y grueso», la conversaciones transcurren a través de una ranura, a 120 centímetros de suelo. «Mi hija mide 122 centímetros; salta a la vista que sin la ayuda de un adulto no le alcanza para poder hablar y ver a su padre», indica Abadiano. Los vis a vis íntimos tienen lugar una vez al mes, con una duración de tres horas.

La vulneración del derecho a la comunicación es lo más duro para ella, sobre todo por sus hijas. «¿Cómo se entiende que a dos niñas no les permitan abrazar a su padre? -se pregunta-. Una cosa es crecer sabiendo que su padre está en prisión y otra que no les permitan tener una relación directa con él porque ellos lo han decidido así».

Cada visita supone un coste aproximado de 250 euros. Teniendo en cuenta, además, que al ser el único preso vasco en la cárcel de aquel país no hay otros familiares con quien compartir ciertos gastos. «A la semana podemos hacer dos visitas ordinarias, pero el gasto económico y el desgaste físico hacen que sea inasumible. Recuerdo que al principio lo llevaba fatal, sentía que lo dejaba de lado... Cuando llegaba el día y la hora rompía a llorar, me superaba comprobar su soledad, su aislamiento...No nos queda otra que acostumbrarnos, asumirlo de una manera u otra, y tirar para adelante», narra.

14 horas semanales de patio

El preso de Elorrio se encuentra en la cárcel lisboeta de alta seguridad de Monsanto, y está obligado a llevar un buzo de color marrón. A la semana tiene 14 horas de patio. Al patio ordinario sale dos horas al día junto con otro dos presos cuya identidad desconoce hasta llegar al lugar. Cacheos y la obligación de desnudarse antes y después de salir de la celda -entre otras medidas- hacen que muchas veces prefiera quedarse en ella.

Parte del tiempo lo emplea en estudiar y poder licenciarse en Matemáticas y graduarse en Finanzas. Paradójicamente, no le dan permiso para tener una calculadora. Aunque cursar estudios debiera ser tenido en cuenta para la reducción de la condena, al equipararse con trabajar, «en su caso no lo consideran como tal, sino como un pasatiempo», denuncia su pareja, quien sí reconoce la buena coordinación que ha habido para hacer los exámenes y facilitarle el material. Lamenta que tampoco le permitan tener un flexo para que pueda leer, estudiar o escribir.

Abadiano no olvida el día de la detención. Ell 11 de marzo de 2010 fue un día largo e intenso en el que por fin se acallaron las radios y televisiones que se habían convertido en compañeros inevitables durante todo el día, dado que Andoni Zengotitabengoa era buscado intensamente en Portugal desde un mes antes. «Llamó a casa desde Monsanto al día siguiente; fue una llamada de contradicciones, de tristezas y de alegrías, pero nos dio fuerza para hacerle frente a una situación incierta. El 16 de marzo al fin pudimos vernos».

Desde entonces está en el penal de Monsanto. Su familia trabaja para que la situación cambie. Se han reunido con varios agentes para solicitar ayuda con la esperanza de que sumar fuerzas acelere las cosas. Lo más primordial es mejorar las condiciones de vida de Andoni y en concreto el estricto régimen de visitas porque, como recuerda su pareja, «los derechos de nuestra familia están en juego».