Patxi IRURZUN

El Cabrero, el cantaor de quienes no tienen más que sus manos y su imaginación

Eduardo Izquierdo recrea en el libro «Debo ser muy buena presa cuando tengo tantas escopetas apuntándome» la vida del desobediente cantaor de flamenco.

Se lo contó Kiko Veneno a Eduardo Izquierdo, el autor de «Debo ser muy buena presa cuando hay tantas escopetas apuntándome» (Lupercalia Ediciones), durante una entrevista que este le realizaba para la revista musical «Ruta 66»: «Cuando llegó mi productor Joe Dworniak a Sevilla fui a buscarlo al aeropuerto y me dijo, `ahí hay un tío con un sombrero del oeste que estaba fumándose un cigarro y, ¿sabes dónde lo ha apagado antes del embarque porque no tenía otro sitio? En la mano'. `Coño, ese es El Cabrero', le contestó Kiko Veneno». Ese es El Cabrero. Un cantaor con aspecto de Harry el Sucio (ropa negra, pañuelo rojo al cuello, sombrero de ala ancha), un hijo de la sierra al que en los concursos de flamenco los señoritos no le perdonaban que tuviera las botas sucias de andar por las veredas, ni que se cagara en dios sobre los escenarios (de hecho, estuvo preso en 1982 por ello, o eso alegan); alguien que pudo haber sido tan grande con Camarón, pero al que el éxito le resulta incómodo, y viceversa, pues El Cabrero es desobediente como el viento de poniente, la oveja negra que se aparta del rebaño porque no se fía del amo ni del pastor; alguien a quien una de las revistas de música más famosas del mundo busca para hacer una entrevista, pero él la declina, porque tiene que ayudar en el parto de una de sus cabras.

De eso va «Debo de ser buena presa cuando hay tantas escopetas apuntándome», la biografía de ficción o novela biográfica en la que Eduardo Izquierdo ha mezclado episodios reales y conocidos de la vida de El Cabrero (que lo es realmente) con otros reconstruidos a partir de su leyenda popular. «Mi interés por El Cabrero me lo despierta mi abuelo, que es de Huelva y de hecho vive allí. Él me ponía sus discos y me contaba algunas historias que, al final y llenas de imaginación se han convertido en este libro».

En la novela, un periodista musical de la edición americana de «Rolling Stone» se propone realizar un reportaje sobre El Cabrero, en quien ve la reencarnación de otro hombre de negro, Johnny Cash. «Yo es que creo que El Cabrero es un rockero en esencia y actitud. No un rockero de pose, sino de los de verdad. Por eso lo veo cercano a Johnny Cash. Es todo actitud y firmeza ante sus principios», explica Izquierdo. Sin embargo, el protagonista se encuentra con la oposición y la ignorancia de sus jefes de redacción, y de paso, en la novela se da buena cuenta de las miserias y grandezas del periodismo musical, que el autor conoce de primera mano. Paralelamente, vamos asistiendo a diversas secuencias en la vida de José Domínguez, El Cabrero (su niñez, sus detenciones, sus caminatas por el monte o a pie por carretera para ir a ver a los maestros del flamenco...) que nos perfilan la imagen de un hombre que, además de cantar como los ángeles, y también como los ángeles caídos, y de hacerlo cantando siempre a los de abajo y a la izquierda, a los campesinos, a quienes no tienen otra cosa que sus manos y su imaginación, transpira por cada poro de su piel autenticidad, valor, inteligencia en estado puro, libertad...

La esencia, en el personaje

El libro tiene algo de puzle, es fragmentario, pero Izquierdo es claro desde la primera página, reconoce las «debilidades» de la novela en el primer prólogo o salía: «Quise que cada capítulo estuviera escrito con un estilo diferente a los demás. Es evidente, además, que no sé de flamenco, pero es que muy poca gente sabe de ello. Intenté informarme un poco pero al final es que la esencia de la novela no es ese estilo de música, sino el personaje». En realidad Izquierdo sabe más de flamenco de lo que dice y los puntos flacos del libro son los que lo hacen fuerte, los que engordan esa personalidad juguetona y revoltosa de El Cabrero. La misma que quizás le ha privado de ser una estrella mediática: «Creo que los rebeldes están muy bien como teoría, pero si lo son de verdad empiezan a tocar las narices a mucha gente que no comulga con ellos. Cuando pasan de ser una simple broma a ser `peligrosos' ya no hacen tanta gracia y aparecen las protecciones en forma de vetos, malos artículos en prensa, desprecios, etc.», dice Eduardo Izquierdo. «El Cabrero ha sido demasiado juzgado y casi siempre por cosas no musicales. Eso, sin duda, le ha perjudicado mucho, aunque creo que él es feliz con lo que tiene. Desde luego hacer lo que ha hecho y como lo ha hecho debe provocar que al mirarte cada mañana al espejo te sientas muy satisfecho de ti mismo».

A El Cabrero, pues, no lo detuvieron por cagarse en Dios, ni le privaron de premios por llevar las botas sucias, o sí, lo hicieron por no cantar, únicamente, sino por quejarse, por revolverse, por poner voz a los que las botas limpias pisan la garganta. La luz que alumbra a El Cabrero no es la de los focos, sino la de las estrellas en la sierra. Y curiosamente, la novela de Eduardo Izquierdo corrió una suerte parecida a la del malogrado reportaje del protagonista de la misma: «Te contaré algo que acaba de definir como es El Cabrero. ¿Tú qué harías si alguien te enviara un libro basado en tu persona? Creo que el 99% de las personas correría a leerlo. Él no lo hizo. Cuando le llegó el libro, Elena, su pareja, me iba diciendo que tenía que esperar. Yo no entendía muy bien por qué, hasta que un día me dijo: `Es que José cada día sale con las cabras y vuelve muy tarde, pero mañana parece que va a llover y no creo que salga, así que será un buen momento para leérselo' (porque el libro, por otra parte, no lo ha leído él, se lo ha leído Elena, que es casi más bonito). Ese es El Cabrero. Alguien con unos principios inquebrantables».