Ion Andoni del Amo
Sociólogo e ingeniero
GAURKOA

La desglobalización neoliberal

La globalización ha terminado, nunca volveremos al antiguo régimen. Sentenciaba así de contundente Richard Sennett al comienzo de la actual crisis. Su tesis apunta a un análisis de fondo compartido: la crisis supone una reorganización del capitalismo, la entrada en una nueva fase. Sobrevolando la reflexión un hito, la realidad de la crisis energética: el cénit del petróleo.

Los modos de articulación capitalista: Se han distinguido al menos tres fases en la articulación del capitalismo industrial. La primera, prototípica del siglo XIX, sería la de las primeras grandes fábricas, patrimoniales, extensivas en mano de obra con salarios miserables, de subsistencia. La máquina de vapor sería el elemento tecnológico principal. Hay un consumo suntuario, de bienes de lujo, mientras las clases trabajadoras consumen lo justo para vivir, normalmente en base a la autoproducción (ropa, alimentos) y en condiciones miserables. El conflicto entre capital y trabajo es directo en muchas ocasiones. El capitalismo ya es global, a través de la locura colonial europea que se reparte África y Asia.

Las reyertas entre las potencias coloniales, la pujanza de la organización del movimiento obrero, los intentos revolucionarios, o nuevos desarrollos tecnológicos, como el motor de combustión interna y la electrificación, marcan el tumultuoso comienzo del siglo XX. Tras la II Guerra Mundial, el conflicto capital-trabajo se encauza a través de la construcción del estado del bienestar, de base estatal. La mejora en las condiciones materiales de los trabajadores hace que pasen a ser también consumidores. Las grandes empresas burocráticas de este periodo fordista convierten al trabajador en masa en consumidor en masa; hay también una componente de democratización del consumo. Son los treinta gloriosos.

El desencanto con la rigidez burocrática y la mercantilización de todos los aspectos de la vida desarrollaría la crítica artística, encarnada por las vanguardias (surrealismo, letrismo, situacionismo...), eclosionaría de forma espectacular en el 68 y orientaría a los movimientos sociales hacia reivindicaciones culturales e identitarias, marginadas hasta entonces: feminismo, ecologismo, LGTB, libertad sexual... Las crisis energéticas del 73 y 79 acelerarían la decadencia del modelo, lastrado por problemas de sostenibilidad, la crisis fiscal del estado y una bajada de la tasa de ganancia; la literatura de gestión empresarial de la época habla además de una «pérdida de control» patronal en los centros de trabajo.

El poder «disciplinador» del paro acarrea en primera instancia una recuperación del control empresarial. Las medidas desregularizadoras y liberalizadoras, junto a los avances en las comunicaciones y telecomunicaciones, permiten la desmembración de la gran empresa fordista, conservando únicamente la cabeza y externalizando actividades a otras empresas u otros países periféricos con mano de obra barata; el poder sindical se ve así también erosionado, y será objeto de una fuerte campaña de deslegitimación, facilitada por deméritos propios. Una nueva revolución tecnológica, de la mano de la electrónica y las telecomunicaciones, abrirá nuevos mercados y productos. Se va configurando el nuevo modo, la globalización neoliberal, que se extenderá imparable sin el contrapeso del bloque soviético a partir del 89. La crítica cultural, despojada de su componente antimercantilizador, se utilizará como base para componer su lógica cultural: la posmodernidad. El propio Richard Sennett, en un mítico ensayo, advertiría de las «consecuencias personales» de las nuevas formas de organización empresarial, ocultas bajo una retórica aparentemente más democrática y participativa.

En los países del centro, el despliegue de la «cultura Low Cost» extiende los niveles de consumo y «democratiza» el acceso a algunos bienes y servicios, especialmente transporte y comunicaciones. Ocurre además en paralelo a un hecho aparentemente contradictorio: el descenso generalizado del poder adquisitivo de la masa salarial. El «truco» que compaginará ambos será financiero, el crédito fácil y barato, que propiciará además movimientos fuertemente especulativos en los sectores inmobiliario y financiero. Evidentemente, la burbuja crediticia acaba pinchando.

La China interior: Crisis. Recortes. ¿Cómo es posible tal empecinamiento en unas políticas de recortes que se han demostrado contraproducentes? Podríamos pensar en la obcecación ideológica neoliberal de las élites político-económicas occidentales, o incluso en su cortedad de miras. No estaríamos desacertados. Pero Marx nos enseñó a afinar la pregunta: ¿contraproducentes para quién? Había un objetivo claro: priorizar el pago de la deuda que los bancos de los países del sur de Europa tenían con la banca alemana, vaciando en ello incluso las rentas acumuladas por generaciones anteriores. Pero trasluce también una reconfiguración estratégica más de fondo.

Sumados al financiero, el modelo imperante presenta también otros serios problemas de reproducción. Los países asiáticos, reserva de la mano de obra barata en la nueva división internacional del trabajo, comienzan a presentar tensiones sociales o graves problemas medioambientales. Pero, por encima de todo, nos topamos con una crisis energética en ciernes, una vez alcanzado el cénit de extracción del petróleo: el modelo energético y de transporte, basado en los combustibles fósiles, resulta insostenible y dibuja un progresivo encarecimiento. A esto apuntaba Sennett: que un tomate recorra 10.000 km para llegar a nuestra mesa antes era ilógico, ahora será también económicamente ineficiente. A esto apuntan también las tensiones geoestratégicas en varios países.

Pues bien, las élites económicas europeas parecen apuntar a una estrategia desglobalizadora, una reducción de las distancias: la creación de una China interior en la UE. Es cierto que ya había una reserva de mano de obra barata y legislaciones flexibles en los países del Este, pero ahora parece ampliarse a los denominados PIG e incluso al interior del propio núcleo, con los minijobs en Alemania. A ello se suma una vieja aspiración neoliberal: la reducción y mercantilización de las coberturas sociales estatales, sanidad, educación y pensiones, modelo EEUU. Un cierto retorno al siglo XIX.

La desglobalización neoliberal presenta, con todo, dudas de viabilidad. La primera al respecto de la conflictividad social: un empeoramiento en las condiciones materiales que se hace aumentando las desigualdades. Las protestas se han extendido, en algunos casos incluso al margen de las organizaciones tradicionales y reivindicando procesos constituyentes. La respuesta del poder ha consistido en aguantar, buscando la resignación social, o el endurecimiento represivo, caminando hacia un estado aun más autoritario (también en esto el modelo chino). La segunda duda referiría a la viabilidad económica del modelo, manteniendo una demanda deprimida, por la pérdida de poder adquisitivo o el desempleo, en los países y sectores de la China interior, y sin recurrir de nuevo a la trampa del crédito.

Escapar de China. Resistir los recortes y defender los derechos adquiridos, con necesario, no es suficiente. Ni la independencia por sí misma, aunque sin duda propicie acercar los centros de poder, debate y activación social. Hay que afrontar el necesario proceso de desglobalización, y hacerlo desde otros valores, trazando un proyecto de cambio de modelo. Sostenible, justo, equitativo, viable y participado. Con un papel fundamental del reforzamiento de lo local como circuito económico y de participación, autocentrado; recuperando o recreando el carácter público, comunitario o autogestionado de infraestructuras fundamentales, de la alimentación a la energía o los residuos. Resistir, atender con justicia las urgencias sociales de hoy, movilizarse y actuar, y poner en marcha un proceso de transición ecológica de futuro.