Iker Bizkarguenaga
Kazetaria
TXOKOTIK

El zorro de Leningrado

Cuando de forma un tanto atropellada uno empieza a escribir esta columna, Kerry y Lavrov ultiman en Ginebra el acuerdo destinado a poner fin al berenjenal que tienen montado en Ucrania. En este asunto las tornas cambian rápido y a saber, documento arriba documento abajo, cómo estará la situación cuando estas páginas salgan de la rotativa. Pero sí hay dos cosas que tengo claras: que dentro de unos años se rodarán películas sobre John y Serguéi y la particular relación entre estos dos fontaneros globales, y que cuando de verdad acabe el conflicto la posición rusa habrá salido reforzada. Y que conste que a mí el régimen de Moscú me produce casi la misma simpatía que el que gobierna en Washington, pero es que cuando se trata de leer la jugada Putin les saca cuatro cabezas a sus adversarios. Al tiempo.

Con Vladímir Vladímirovich Putin, tonterías las justas. Estados Unidos quiso aprovechar la revuelta del euromaidan, no tan diferente a la «revolución naranja» que encumbró a Viktor Yushchenko y Yulia Tymoshenko hace diez años, para plantar su enésima pica en el área de influencia rusa, precisamente cuando Rusia se encontraba ensimismada disfrutando del éxito de los Juegos Olímpicos de Sochi. Cayó Yanukovych, en un golpe de estado de manual, y los yankis pusieron a los suyos en Kiev -y la UE que se joda, como dijo la enviada de Obama para Europa Victoria Nuland-, pero también acabaron los Juegos y el pequeño zar volvió con ganas de demostrar que el cinturón negro de judo no lo regalan en la tómbola. Un mes más tarde, Crimea es suya y Ucrania se prepara para convertirse en un estado federal, con la comarca industrial de Donetsk más al este que nunca, mientras a los del oeste les aguarda una larga temporada subsistiendo a base de patatas bajo la atenta mirada del FMI. Querían ser europeos...

Aunque ahora se inyecte botox, Putin sigue siendo ese chaval que se graduó con honores primero en Derecho y luego en el KGB, donde uno no hace carrera por guapo sino por listo. Mientras tenga un porrón de misiles nucleares nadie le va a declarar la guerra (en serio) a Rusia, y una cosa es chincharle en Siria y otra meterse en su portal. Y si no ha quedado claro, ya se encarga se explicarlo Vladimir, el zorro de Leningrado.