Raimundo Fitero
DE REOJO

Periodista

No sé si es más repugnante que ante la muerte de Gabriel García Márquez aparezcan tantos fieles seguidores, admiradores fanáticos, amigos y conocidos de dudosa procedencia o que algunos periódicos, canales televisivos, tertulianos y ministros husmea culos se dediquen a reprocharle su ideología. Vaya un poco de cinismo por delante: este fallecimiento nos ha cambiado el guión de esta semana santa. Ha servido para que las radios y los periódicos pudieran salirse de las costrosas procesiones e imaginería violenta de los católicos rampantes que proliferan como hongos de piscina. Las televisiones, en su núcleo duro, películas y actos religiosos, no cambian, es un eterno retorno, es una programación fosilizada.

Es indudable que para varias generaciones leer a García Márquez fue una entrada de aire fresco, de apertura hacia otras aventuras narrativas, la consolidación de un idioma, este que usamos ahora, como generador de imaginarios planetarios a partir de una realidad sobrecargada de símbolos, contada de manera magistral. Porque si algo se ha reconocido Gabriel García Márquez es como periodista. Si de algo ha dado pautas de comportamiento es del periodismo, de la crónica de cualquier acontecimiento convertida en una pieza literaria de primer orden. El amor a lo que se cuenta y, sobre todo, cómo se cuenta. Ese es uno de sus más hermosos legados. Una fuente de ejemplaridad.

Quizás esa noción que defendió García Márquez sea la de un periodismo de otra época, de otro tiempo, de otra urgencia. Un periodismo de elaboración, de acercamiento y acoso a la realidad desde vías diversas de penetración. Comprometido con la realidad y en sus posibilidades de cambio. No reproduciendo de manera rutinaria una foto fija, sino un calidoscopio de sensaciones que van reuniendo en un relato todas las verdades posibles y que provocan en el lector una idea de lo contado que contiene muchos más elementos que las obviedades de una foto, un vídeo o un manifiesto. Las novelas de García Márquez son crónicas de una realidad. Realismo activado por una mirada periférica que atiende también a los sombreados, a lo creído o intuido. La mirada de un gran periodista.