Alberto Pradilla
Kazetaria
TXOKOTIK

Tuitear por encima de tus posibilidades

Soy incapaz de realizar ninguna actividad intelectual que me exija mantener plena concentración durante más de 15 minutos. Lo he comprobado. Ni tediosas rutinas ni ociosos divertimentos, nada logra enganchar suficientemente mi atención. Ni series ni libros ni películas, que es básicamente a lo que dedicamos ese breve momento de transición que se extiende entre el bar y el trabajo. Ni siquiera los informativos de Alfonso Merlos o mi gran vicio nocturno, las tertulias de 13TV. Nada ha evitado terminar sometido a esos acaparadores de interés que son Twitter, Facebook o el puto Whatsapp.

Reconozco que tardé tiempo en ser consciente de mi tara. Aturdido, ignoré los signos, incluso cuando eran tan evidentes como los gestos de hastío de mis colegas al verme incapaz de levantar la cabeza del móvil. Solo en un pequeño instante de lucidez me di cuenta del proceso y constaté que para los dos primeros diálogos o tres líneas de arranque, mi cabeza ya ha comenzado a divagar, lanzando órdenes de aproximación a los dedos, que toman posiciones junto al móvil o al Ipad. A los cinco minutos, Brendan Gleeson ya no es el policía de «El irlandés», la última película a la que todavía logré seguir el hilo, y se ha convertido en un murumullo que acompaña pero no explica. Minutos después no tengo idea del argumento pero «me suenan» algunas escenas. También, y lo que es más importante, he conseguido captar algún diálogo inteligente que me sirve para el postureo en Twitter. Es ahí cuando comprendo que he tuiteado por encima de mis posibilidades, lo que ha terminado por reblandecerme el cerebro.

No pretendo ponerme Pepito Grillo, que miembros de la Brigada Político-Moral ya hay muchos en la izquierda. Tampoco entrar a teorizar sobre la construcción de un espacio virtual alternativo en el que todos somos más listos, más guapos y, por supuesto, mejor dotados de raciones individuales de verdad absoluta. Ni siquiera recordaré que los mismos que clamamos contra el control social regalamos nuestra vida secreta a tipos sin escrúpulos a cambio de nada, ni que somos nosotros quienes no renunciamos a usar esas herramientas para fiscalizarnos mutuamente y sin piedad. Para qué recordarlo. Al final, soy yo y solo yo el farsante que sigue sin terminarse «Limónov» después de haber repetido mil veces en Twitter sus virtudes.