Alberto PRADILLA Lisboa
40 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN PORTUGUESA

La ilusión de los claveles ante el diktat de la Troika

La conmemoración del 40 aniversario de la «última revolución del siglo XX» en Europa llega a Portugal condicionada por tres años de sometimiento a las políticas de la Troika. En términos económicos, los ajustes han degradado las condiciones de vida. En política, la soberanía permanece secuestrada en manos de las instituciones financieras internacionales. «Grandola Vila Morena» es ahora un símbolo contra las medidas de austeridad.

Pasaban unos minutos de la medianoche del 25 de abril de 1974 y Radio Renascença, una emisora católica portuguesa, daba la primera señal: la emisión de ``Grandola Vila Morena'', canción vetada por la dictadura, suponía la llamada acordada por el Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA) para levantarse contra el «Estado novo», el régimen fascista inaugurado en 1926. Aquel fue el punto de partida de una revolución incruenta y popular, que quedaría retratada como un clavel en la boca de un fusil pero que no solo quiso tumbar las estructuras impuestas por Antonio de Oliveira Salazar, el dictador muerto cuatro años antes, sino que abrió las perspectivas para un cambio mucho más profundo.

No se trataba solo del derecho al voto, sino que los denominados «capitanes de abril», encabezados por Otelo Saravia de Carvalho, llegaron a ver la posibilidad de una «vía portuguesa al socialismo», con medidas radicales de nacionalización de empresas y ampliación de los derechos sociales. No pudo ser. O, al menos, la idea original no llegó a completarse. Cuatro décadas después, son los mercados quienes imponen su ley en Portugal. Desde 2011, cuando la Troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) aprobó un rescate de 78.000 millones de euros, la democracia es un concepto relativo, condicionado al pago de los intereses de la deuda. Además, garantías como la Seguridad Social, las pensiones o la educación y la sanidad públicas son desmanteladas por las obligaciones contraídas ante las instituciones financieras internacionales. Al mismo tiempo que las calles de Lisboa se engalanan con imágenes en blanco y negro de soldados y claveles y los festejos oficiales conviven con marchas reivindicativas más acordes con el espíritu de abril de 1974, los periódicos lusos llevan a portada los nuevos recortes propuestos por el FMI: rebaja del salario mínimo, reducción de las compensaciones por despidos ilegales y la eterna advertencia de que las jubilaciones no se pagan con fondos públicos. Este desfase entre el folclore conmemorativo y una realidad social que avanza rápidamente hacia las condiciones prerrevolución son el mejor símbolo de un Portugal en el que cada vez más voces claman por un segundo 25 de abril.

«Ahí está Ali Baba y los 40 ladrones. Bueno, en ese caso eran 40, porque ahora tenemos más de 200. Suben los impuestos, hay que pagar para todo, pero no vemos que nada mejore». Conduciendo endiabladamente junto al Parlamento portugués, el discurso entre dientes de un taxista lisboeta simboliza una de las crisis que sacuden actualmente el país luso: la pérdida de confianza de una clase política que, en su gran mayoría, defiende el rescate y las medidas de ajuste impuestas por la Troika.

Hace cuatro décadas, las reivindicación de libertades y derecho a acudir a las urnas constituía uno de los comunes denominadores de las movilizaciones. No el único, pese a que las encuestas publicadas con motivo del 40 aniversario ubican esta conquista como el logro con mayor aceptación social. En aquel momento, la guerra colonial en Angola, Mozambique y Guinea Bissau en la que estaba inmerso el régimen salazarista desangraba a la población, llegando a causar, proporcionalmente, más bajas que el conflicto de Vietnam al todopoderoso ejército de EEUU. Mientras, las condiciones de vida de la mayoría de portugueses seguían empantanadas y las desigualdades crecían. Solo así se entiende que desde el momento en el que los militares rebeldes tomaron sus primeras posiciones, miles de personas saliesen a la calle a secundar el movimiento castrense. El régimen se disolvió sin presentar batalla. De hecho, únicamente se produjeron cuatro víctimas, que cayeron ante las balas desesperadas de miembros de la PIDE, la policía política, rodeados en un cuartel antes de rendirse.

Paro, emigración y desmantelamiento

En la actualidad, por desgracia, existen elementos en común con aquellas preocupaciones y se observan tendencias de involución. La situación económica, que no ha hecho sino deteriorarse y que tiene su principal reflejo en el paro, es una de ellas. La tasa de desempleo oscila entre el 15% y el 20%, llegando a afectar a la mitad de los jóvenes lusos. Los objetivos del memorándum de entendimiento, el documento que fija las contraprestaciones al rescate, marcaba un máximo del 12%. Sin embargo, las cifras reales se disparan todavía más, ya que la ingeniería contable del Gobierno de Pedro Passos Coelho no recoge el elevadísimo número de emigrantes que dejaron Portugal ante la imposibilidad de encontrar un empleo. En los últimos dos años, 250.000 jóvenes se han visto obligados a hacer las maletas. Diariamente, unos 350 portugueses huyen del paro. «Tenemos unas tasas de emigración solo comparables a los años 60, bajo la dictadura y la guerra colonial en África», afirma Jorge Costa, del Bloco de Esquerda.

El desmantelamiento de los servicios públicos es otra de las consecuencias de la irrupción de la Troika. En los últimos tres años, se han privatizado, malvendido o reducido a cenizas las principales estructuras puestas en pie durante la etapa del Proceso Revolucionario en Curso, el primer año del postsalazarismo en el que se generalizaron las nacionalizaciones de sectores estratégicos y se puso en marcha la reforma agraria. Aquellas medidas que abrían el camino al socialismo, promovidas por el MFA y que incluso tendrían su reflejo en la Constitución de 1976, fueron reconducidas con los gobiernos del Partido Socialista, en manos de Mario Soares. Sin embargo, dejaron poso.

Hasta ahora. El programa de la Troika ha adelgazado la administración lusa hasta tal punto que, como ocurre, por ejemplo, en Grecia, incluso en el caso de que una izquierda transformadora se hiciese con el poder, habría que ver qué estructuras estatales quedaban todavía en pie. Únicamente el Tribunal Constitucional, que ha tumbado diversos «tijeretazos» incluidos en sucesivas leyes de presupuestos, logró poner freno a las imposiciones de los mercados. Ante aquellos reveses, la reacción del Ejecutivo de Carvalho fue la de «estos son mis recortes, si no les gusta tengo otros», asumiendo la imposibilidad de adoptar una agenda no marcada por las instituciones financieras, lo que reducía el poder político al papel de mero gestor de una agenda externa.

En este contexto, el optimismo que se ha instalado en el discurso del Gobierno portugués, que intenta vender su política económica como un «milagro», suena a broma macabra. Quizás al milagro al que se refieren cargos como el ministro de Economía, Antonio Pires de Lima, es al de Fátima. Si no, no se explica el empeño en celebrar la «recuperación de la soberanía» por la supuesta marcha de la Troika una vez que se cumpla el plan de ajuste 2011-2014 que será sucedido por el control fiscal. Un mecanismo quizás menos visible pero con los mismos efectos. No parece que el diktat de los mercados fuese el modelo político con el que soñaban los militares y manifestantes portugueses que hace cuatro décadas tomaron las calles.

Ausencia de los militares en los actos oficiales y marchas reivindicativas

Como en los últimos años, los capitanes que lideraron la «Revolución de los Claveles» no están presentes en el programa oficial que se desarrolla en el Parlamento, como protesta ante la prohibición de que tomasen la palabra. En realidad, tanto la derecha como la izquierda reivindican el fin de la dictadura. Los primeros, poniendo énfasis en la entrada en el sistema económico europeo como herencia del 25 de abril. Los segundos, como protesta contra la Troika. El PSP defiende un «cambio» de difícil explicación por su apoyo a los ajustes. Ayer por la noche los primeros actos se desarrollaron bajo el nombre «Rios ao Carmo», en los que cientos de personas confluyeron a través de diversas marchas. La gran manifestación, que congrega a los partidos de la izquierda, como el Partico Comunista Portugués y el Bloco de Esquerda, así como grupos sociales, está prevista para hoy a las 15.00. No todos ven con buenos ojos la celebración oficial. Ayer, junto a un escenario, una pintada cuestionaba el programa con un explícito «Capitalismo 1 - 25 de abril 0» A.P