EDITORIALA
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Con la cohesión y el empuje de todos, es posible

Solo el paso de los años asigna el calificativo de histórico a un acontecimiento; sin embargo, no parece arriesgado afirmar que la cadena humana organizada por Gure Esku Dago tendrá un lugar en la historia de este país no solo por la participación que concitó, sino también por su naturaleza y porque puede ser un punto de inflexión en el devenir de las aspiraciones de Euskal Herria. Las cifras pueden describir la magnitud de una iniciativa que ya antes de materializarse había pulverizado las expectativas más optimistas, pero además, es preciso hacer hincapié en que los incontables ciudadanos y ciudadanas que unieron físicamente Durango e Iruñea no fueron una representación de la voluntad popular de este país, sino que encarnaban esa voluntad. No fue de una reunión de militantes de partidos u otro tipo de organizaciones que de algún modo representan a la mayoría de la ciudadanía, sino que esos representantes políticos, sindicales y sociales -muy numerosos y de casi todas las sensibilidades, en consonancia con la participación general- fueron protagonistas del acontecimiento en la misma medida que el resto de asistentes.

Los últimos años de crisis mundial han mostrado abrupta y claramente que la máxima de que la ciudadanía decide no es más que un espejismo. Ni siquiera los gobiernos electos en las democracias al uso deciden, y mucho menos políticas favorables a los intereses de la gran mayoría social. Pero también están mostrando que, por eso mismo, en todo el mundo la ciudadanía quiere ser dueña de su futuro, algo que en Euskal Herria ya ocurría bastante antes. La cadena humana que ayer hizo latir al mismo ritmo Iruñea y Durango dejó en evidencia machaconas afirmaciones como que las leyes están por encima de la voluntad popular o que no existen los derechos colectivos, sino únicamente individuales. Pues bien, la mayoría de los individuos que componen esta sociedad quieren decidir y coinciden en esa exigencia tan básica pero tan problemática para quienes como único argumento esgrimen el cumplimiento de unas leyes que precisamente niegan esa capacidad a los ciudadanos.

Ese deseo, transformado en determinación, quedó ayer patente en la emocionante conexión de las dos ciudades vascas, y fue una demostración directa, sin intermediarios, sin partidismos ni exclusiones, sino todo lo contrario, con el concurso de todos y con los brazos abiertos a todos los colores, porque el futuro de este pueblo, su organización y sus relaciones han de ser acordados por todos y para todos. Pero no solo. También quedó patente que es posible materializar esa voluntad, del mismo modo que el castell que ayer construyeron en Iruñea demostró que con la cohesión y el empuje de todos y todas es posible llegar a una altura que se antoja inancalzable.