Arturo Puente
Periodista

Algunas lecciones del proceso catalán

El autor, «napar-barceloní», expone su análisis sobre las simetrías y asimetrías existentes entre los procesos soberanistas catalán y vasco, y sostiene que en Euskal Herria no se puede «copiar punto por punto» el camino emprendido en Catalunya. Desde la amistad y el afecto entre las dos naciones, Arturo Puente afirma que en estos momentos toca mirar y aprender, incluso «a nuestro pesar», de sus errores.

Una de las preguntas que más me han hecho desde que luzco condición de «napar-barceloní» es cómo se ve el proceso catalán desde Euskal Herria. En Catalunya durante años el independentismo ha mirado el modelo vasco entre la admiración, la envidia y –minoritariamente– el recelo. Por eso, ahora que han tomado la delantera, tienen interés en saber cómo se les ve a ellos en el papel protagonista.


No se puede negar que, si bien los viejos movimientos independentistas catalanes han fabricado dinámicas propias, también han aprendido mucho de los vascos y eso ha dado un cierto grado de mimetización. El espacio sociológico que ocupa CUP –por decir las siglas que todos conocen pero que no son las únicas– tiene tics de independentismo vasco que se reflejan desde la forma de componer red popular hasta en la forma de vestir.


Esas cercanías casi anecdóticas tienen raíces en profundas semejanzas ideológicas. Tanto el independentismo catalán como el vasco han tenido asociadas ideas nétamente de izquierdas y más o menos revolucionarias. En la izquierda abertzale o las CUP hay una tradición evidente, pero cabe recordar que Esquerra fue un partido bastante más izquierdista de lo que es hoy.
Pero la realidad política catalana ha cambiado mucho en muy poco tiempo. Desde el final de la década pasada ha habido una avalancha de personas que se han acercado a posturas independentistas, y eso ha contribuido a cambiar radicalmente el universo ideológico asociado a una Catalunya independiente. Al viejo independentismo, militante, de izquierdas y transformador, se le ha sumado el nuevo independentismo, de butxaca, de centro o centro-derecha, y de objetivos que no van mucho más allá de la independencia. Ambos grupos han pasado a engrosar las mismas organizaciones y se ha producido una pequeña invasión en la que los viejos independentistas están cerca de perder la mayoría. Sirva como ejemplo el giro al centro de ERC, un partido que no tanto ha recibido apoyos a sus posiciones clásicas, sino que se ha expandido por el espacio ideológico colindante.


El fenómeno ha sido curioso aunque predecible: cuanto más se convencía la gente sobre la independencia menos claros eran los objetivos de la independencia, y viceversa, cuanto más vago era el concepto independencia más gente se sentía involucrada.


De hecho, esto ha sido muy útil para el cambio del foco en el debate, dejar de hablar de independencia para hablar de «derecho a decidir», es decir, de si los catalanes pueden elegir su estatus político. Así se ha conseguido que pronto haya una mayoría clara a favor de decidir, pero que no se haya debatido a fondo sobre qué implican las opciones entre las que se puede decidir.
¿Qué ha pasado mientras en Euskal Herria? Básicamente, que no ha habido una avalancha de nuevo independentismo. Por eso la independencia sigue siendo una idea que tiene mayoritariamente asociados elementos izquierdistas y, si bien el independentismo vasco ha podido crecer o más bien consolidarse, no ha logrado filtrarse transversalmente en la sociedad como el catalán.


Cuando hablo con amigos vascos sobre Catalunya suelo escuchar una de estas dos ideas: «La coalición EH Bildu sería imposible en Catalunya, y eso es una desventaja para ellos» o «En Catalunya al menos hay acuerdo en votar, aquí estamos mucho más atrasados».


No tengo claro cuál de los dos tiene más posibilidades de alcanzar sus objetivos, más bien creo que los objetivos del independentismo vasco no son los mismos que los del catalán, y esto marca una diferencia que los hace ahora incomparables. En Catalunya los viejos independentistas se han dado de bruces con la realidad de que conseguir un estado independiente podría no suponer un cambio tan grande como el que esperaban. En primer lugar, porque la independencia total es una idea con poco enganche. Cala irse de España, pero no de la UE, ni hacer frente a la Troika, ni replantearse las pérdidas de soberanía diversas a las que casi obliga el panorama internacional. Y en segundo, porque independencia no significa nada más que eso. No significa una sociedad más igualitaria, ni más justicia, ni un sistema mejor. Los graves problemas sociales ya no tienen su origen único en asuntos internos de los estados sino que saltan entre fronteras con la facilidad con la que salta un euro de una cuenta griega a una de Hong Kong. Constituir un estado puede dar herramientas nuevas, pero no es un paraguas mágico que te haga invisible a los caprichos del mundo financiero.


Sobre si EH Bildu –en el sentido de una gran coalición independentista– sería posible en Catalunya, depende de qué entendamos que sería EH Bildu en Catalunya. ¿Debemos atender a las viejas alianzas entre partidos vascos y catalanes y asumir que ERC es EA y Aralar, Sortu es CUP y Alternatiba es ICV? ¿O debemos pensar en mayorías y hacer la analogía con ERC en el papel de Sortu? Es poco clarificador en ambos casos. CUP es un partido heredero de aquel viejo independentismo que no se aliaría electoralmente con la actual ERC porque sería entregar su bandera de «independència sí, però per canviar-ho tot» a quienes quieren independencia para muy distintas cosas, o incluso para que no cambie nada.


Las correlaciones de fuerzas son muy asimétricas entre los dos pueblos. Por eso se entiende que en Catalunya el independentismo oficial haya aparcado la idea de sincronizar el proceso en los Països Catalans, mientras que el concepto de «Euskal Herria» vuelve con fuerza ante la posibilidad de una nueva mayoría en Nafarroa.


La pregunta que mis amigos hacen inmediatamente después de «¿qué piensan en Euskal Herria sobre el proceso catalán?» es «¿por qué en Euskal Herria no vais más rápido?». Yo usualmente explico que la izquierda abertzale está centrada en cerrar el periodo anterior y en preparar la estrategia para el siguiente, con los ojos puestos en Catalunya, aunque suelo resumirlo en: «Ahora mismo estamos mirando y aprendiendo».


Pero, ¿en realidad estamos aprendiendo? ¿Desde Euskal Herria vemos que si se hegemoniza solo el independentismo el proyecto político mayoritario corre riesgo de ser solo la independencia y solo para un territorio concreto? ¿Se ha visto suficiente que pedir un país nuevo no siempre significa pedir un país mejor? Tengo la impresión de que no. Tengo la impresión de que el acercamiento amistoso y solidario a la realidad catalana nos impide darnos cuenta de que emular su proceso conllevaría, en el mejor de los casos, una Comunidad Autónoma Vasca convertida en estado, dentro de la UE y gobernada por el PNV, o quizás por una izquierda abertzale centrista y más conservadora que transformadora.


Si este es el objetivo, copiemos punto por punto el proceso catalán. Pero si no lo es, quizás haríamos bien en darles un afectuoso abrazo a los catalanes tras explicarles que aquí estamos a la nuestra. Aprendiendo, a nuestro pesar, de sus errores.

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