Jesus González Pazos
Miembro de Mugarik Gabe

Crisis de crisis, luego crisis sistémica

Si no se toman medidas sistémicas, del mismo alcance que la crisis, esta se prolongará generando nuevos periodos de recesión y empobrecimiento general, por mucho que nos empiecen a prometer la próxima salida del túnel. Por todo ello, no tiene sentido plantearse esta salida de la crisis con leves cambios de rumbo

En reiteradas ocasiones y documentos se ha señalado el carácter sistémico y civilizatorio que tiene la actual crisis del mundo capitalista, a pesar de que muchos tratan de esconderlo tras una simple, aunque grave, crisis económica. En ese mismo sentido, se pretende ahora hacer un repaso de algunas de las principales y más destacadas crisis que hoy operan en el mundo. El mismo al que hasta hace todavía pocos años algunos auguraban, en el marco del fin de la lucha de las ideologías y el fin de la historia, un futuro feliz, sin miseria y de bienestar para la mayoría de la población.

Crisis económica. De forma aséptica se dice que esta se produce principalmente cuando se dan cambios negativos importantes en las principales variables económicas, de cierta durabilidad y, con especial incidencia, en el crecimiento del PIB y en el empleo. En el caso actual, una vez desplazada del centro neurál-gico del sistema capitalista la economía real, aquella que se basaba en lo que realmente se produce, el desencadenante de esta crisis reside en el sistema financiero, precisamente el que ahora ocupa el lugar protagonista del sistema.
 
Los factores principales que producen la crisis son sus propios agentes más destacados, como los bancos y aseguradoras, y sus nefastas actuaciones y operaciones mercantiles, en muchos casos basadas en la especulación, ya sea ésta monetaria, bursátil, hipotecaria o mercantil. Así, la que ya se puede denominar como última gran recesión del mundo rico (2008-...), debido a sus altas tasas de crecimiento negativo, deriva rápidamente en crisis económica. Las causas más profundas que dieron lugar a esta situación habría que encontrarlas en la desregulación económica casi absoluta imperante en las últimas dos décadas, privatización de sectores públicos estratégicos (comunicaciones, pensiones, energía, ahorro, infraestructuras...), la elevación descontrolada del precio de las materias primas (petróleo, minerales, gas, alimentación...) en los años que preceden al estallido de la crisis y otros factores como la crisis hipotecaria y la crediticia. Las medidas, principalmente las implantadas en Europa, se concretan en austeridad y recortes drásticos del gasto público que, en gran medida, va a ser trasvasado precisamente al denominado rescate bancario y privatizaciones diversas, haciendo crecer enormemente las deudas de país en una espiral sin fin. Los siguientes eslabones de esta cadena vienen dados por la crisis profunda de la economía real y toda la amplia serie de recortes en los derechos laborales que harán empeorar enormemente las condiciones de trabajo, pero correlativamente también de vida de más y más sectores de la población con un empobrecimiento acelerado de los mismos.

Crisis social. Revisadas las medidas y consecuencias de la crisis económica es fácilmente deducible el modo en que esta afecta a la población y la consiguiente crisis social. La característica más destacable será la gran explosión de las desigualdades con un adelgazamiento evidente de la clase media, con un trasvase hacia el empobrecimiento de cada vez un mayor número de personas.

Según datos del PNUD, en estos momentos el ocho por ciento de la población gana la mitad de la renta del planeta, mientras que el 92% restante está obligado a repartirse la otra mitad. Luego ese extremo social, aquel constituido por los más ricos, está creciendo en su riqueza como nunca antes lo había hecho, con el consiguiente agrandamiento de la brecha social entre la población. Es incuestionable además, y tal y como se acaba de apuntar, que las mujeres cargan, una vez más, con las peores consecuencias, tanto en cuanto a cifras de empobrecimiento, pudiendo volver hablar, en cierta medida y en este «mundo rico», de feminización de la pobreza, como respecto a otra amplia serie de derechos y conquistas sociales perdidas. Y en términos globales la precarización de las condiciones laborales también es una constante, lo que tendrá su incidencia fuerte en la propia precarización de las condiciones de vida. En este contexto, la agudización de esta crisis social será causa de continuas convulsiones.

Crisis política. La deslegitimación de la clase política tradicional empieza a ser un hecho en cierta medida incuestionable. No solo la proliferación y destape de casos de corrupción, sobornos y otras actuaciones por el estilo, sino el convencimiento de que desde esta no hay respuesta a tantas demandas sociales, laborales, etc. Además, se profundiza en un proceso de sistemático «sometimiento» de la clase política a los poderes económicos, convirtiéndose el estado en un administrador de sus dictados, traducidos en recortes, privatizaciones, trasvase de fondos públicos al sector privado, austeridad y contención del gasto público que produce un deterioro grande del estado del bienestar. Este contexto de crisis política provoca a su vez una reversión del desarrollo de la democracia, pudiendo hablarse de una democracia de baja intensidad, burlada por el «juego parlamentario» y aprovechado este para la imposición de leyes restrictivas de derechos (reformas laborales, seguridad, abor-to...) que producirá un cada vez mayor desen-canto de la población hacia el sistema, pero evidentemente por una falta cada vez mayor de determinación de la clase política en el mismo. Es evidente que esta situación presenta a la globalidad de la crisis nuevos peligros: populismos, desarrollo del fascismo, racismo...

Crisis ecológica. Una evidencia ya manifiesta es que el modo de producción y de consumo, en suma, el modelo desarrollista impulsado históricamente por el mundo enriquecido, no tiene en cuenta la limitada capacidad del planeta, tanto si hablamos de sus tierras como de sus aguas o del aire. Se ha dado un acelerado proceso de destrucción de la biodiversidad en ese Norte, pero también se intensifica ahora el mismo proceso en los países del Sur.

Posiblemente, las dos manifestaciones más evidentes de esta crisis se concretan en la crisis energética y en la climática. La primera, referida al agotamiento de los combustibles fósiles; la segunda, consistente en el calentamiento del planeta y todas las consecuencias que el mismo acarrea, por ejemplo, en los llamados desastres naturales, que no lo son tanto debidos a la fuerza en sí de la naturaleza como a lo determinante que pueden ser en su capacidad de destrucción por las acciones humanas que refuerzan sus efectos (sequías e inundaciones extremas, temporales  y huracanes, cambios radicales o desaparición de especies vegetales y animales...). Debe subrayarse también en este contexto de crisis ecológica el nefasto papel jugado en los últimos decenios por las industrias extractivas, con sus modos de explotación más agresivos que nunca (minería a cielo abierto, fracking...), o la deforestación y ocupación de tierras en la búsqueda de nuevos terrenos para el cultivo, en la mayoría de las ocasiones para la producción intensiva que además agota rápidamente los nuevos espacios (ganadería, agrocombustibles), o la proliferación de grandes y no necesariamente vitales infraestructuras (autopistas, aeropuer- tos, tren de alta velocidad...) que provocan profundas y continuas agresiones al planeta. Así estaríamos centrando la crisis ecológica, en gran medida, como crisis de la escasez de tierras, de energía, de materias primas.

Crisis de valores. Por último, se suele obviar u ocultar que también se puede hablar, sobre todo respecto a occidente, de una profunda crisis de valores éticos y humanos. Esta es fruto de las crisis ya citadas y de otras aparentemente menores (de cuidados, de pensamiento, del arte...) pero con gran importancia en la vida humana. Valores como la honestidad, la colaboración, la ayuda mutua, la solidaridad, la cooperación... entran en crisis ante un exacerbado culto al individualismo, al egocentrismo, al patriarcado-machismo, a los valores materiales, etc.

Es ante este cúmulo de crisis donde encuentra su explicación la calificación de crisis sistémica y civilizatoria, y no de mera, aunque grave, crisis económica del capitalismo que se superará al entenderla como circunstancial y cíclica propia del sistema. Y es por esto por lo que si no se toman medidas sistémicas, del mismo alcance que la crisis, esta se prolongará generando nuevos periodos de recesión, y empobrecimiento general, por mucho que nos empiecen a prometer la próxima salida del túnel. Por todo ello, no tiene sentido plantearse esta salida de la crisis con leves cambios de rumbo, sin alterar las bases estructurales de la sociedad, la política y la economía.

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