Javier Orcajada del Castillo

Gabriel García Márquez: In Memoriam

Una vez más se constata que es necesario morirse para que los mediocres y oportunistas elogien a las personas excepcionales. No es este el lugar para relatar la admirable obra literaria de ‘Gabo’, ella se acredita por sí misma: ‘Cien años de soledad’, ‘El coronel no tien quien le escrib’”, ‘Crónica de una muerte anunciada’…y tantos otros títulos que fueron premiados por academias, instituciones y para finalizar, el Premio Nobel.

A pesar de los que siempre intentaron restarle méritos. Su perfil humano: siempre sencillo, mostrándose tal como era él mismo, y sin claudicar nunca de sus convicciones. Porque ahora, a su muerte, el presidente de Colombia, Santos, le homenajea declarando tres días de luto nacional. En su discurso empalagoso y vacío no dice que este portento de la literatura comprometida se tuvo que exiliar de su país perseguido por sus ideas. Tenía una gran amistad y admiraba a Fidel Castro por su calidad humana y por su vasta cultura, aunque catalogado por los opinión.makers y «demócratas» como dictador.

Los americanos le prohibieron entrar a su país por sus criterios opuestos al imperialismo. Hasta que Bill Clinton en un ataque extraño de sensatez le levantó la prohibición y se dignó perdonar que se mostrara crítico con su maravilloso país: pacifista, solidario y sus habitantes tan profundos, tan cultos y tan progresistas. Es curioso el panegírico de nuestros intelectuales al conocer su fallecimiento: se han volcado para expresar su dolor por la pérdida de un escritor tan laureado, pero como cita el título de un poema de Anamaria Rabatte: «En vida, hermano, en vida», el presidente de Colombia y encarnizado perseguidor, algunos miembros de la Real Academia que han ignorado a este escritor por sus ideas, ahora quieren homenajearle cuando ya no puede manifestarlas.

Es de resaltar su admiración por Salvador Allende, por Daniel Ortega y otros revolucionarios e intelectuales críticos, tanto iberoamericanos como de otros espacios en los que sus dirigentes luchan por la dignidad de sus pueblos.

Donostia, ciudad bella y de ciudadanos inteligentes y cáusticos, supo adelantarse en su homenaje en vida, con la feliz ocurrencia de poner el nombre de ‘Macondo’ a una de sus calles, en recuerdo del de un pueblo imaginario de una de sus novelas. Nunca ocultó sus lazos de afecto con el pueblo vasco y se mostró comprensivo con su voluntad de libertad y con su derecho a autodeterminarse.

Como decía una pintada en la tumba de José Martí. «No lloréis ahora su muerte, cuando le despreciasteis en vida, cínicos».

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