Luis Mª Martínez Garate

Patronos, patrias, patrimonios

Escribo este texto en Madrid el día 15 de noviembre. Es el día en que la Iglesia católica celebra la festividad de San Alberto Magno (finales del siglo XII-1280). Alberto era bávaro, estudió en Padua donde se hizo dominico, enseñó en París y tuvo como discípulo a Tomás de Aquino. Fue teólogo, por supuesto.

Practicó una alquimia cauta y se le considera descubridor del arsénico. Defendió con firmeza la esfericidad de la Tierra. Roma lo hizo santo y designó como patrono de la ciencia y los científicos. La costumbre de tomar el referente de una persona distinguida en cualquier campo práctico o de conocimiento en general como modelo no es algo exclusivo del cristianismo. Es un hecho que aparece, por ejemplo, cuando Sócrates, ante su inminente muerte por la cicuta, pidió a sus seguidores que ofrecieran un gallo a Asclepio, el dios patrono de los médicos. Es fácil que el origen de su culto estuviera en la persona del sabio egipcio Imhotep que vivió 2.000 años antes que Sócrates.

La asociación de «persona modelo» en algún campo –práctico o teórico, secular o mágico–, con una referencia religiosa y su conmemoración por los grupos dedicados a la misma profesión es algo común a muchas civilizaciones. Asclepio –el Esculapio de los romanos– fue el patrono de los médicos. Pero también lo tienen los agricultores o carpinteros.

Cuando los seres humanos se agrupan en sociedades estables con su territorio, diferenciadas unas de otras, que, a veces, colaboran entre sí, pero que la mayor parte del tiempo se encuentran en conflicto, adoptan también sus modelos en la forma de héroes, guerreros, sabios, personas de vida ejemplar, santos…, tanto si son míticos como reales. Las patrias suelen tener un patrono. Ambas voces tienen un mismo origen en latín: ‘pater’ (padre). Desde Rómulo y Remo hasta Juana de Arco, pasando por Sant Jordi, las patrias han acogido, venerado y reclamado protección de sus patronos respectivos.

En Madrid, el 15 de noviembre de 2013, he acudido a una exposición montada por CaixaForum que, con el título de ‘Japonismo’, trata sobre la recepción, a partir del siglo XVI, del arte nipón en la cultura occidental. En la introducción se indica textualmente que ¨todo empieza en el año 1549, (cuando) el jesuita español San Francisco Javier llega al archipiélago japonés y entra en contacto con una cultura oriental milenaria». La apropiación de Francés de Xabier como jesuita ‘español’ resulta, cuando menos, descarada. Los imperios siempre se han caracterizado por la incautación de cualquier activo propio de los países que colonizaban. Su patrimonio pasaba a formar parte del tesoro imperial. Quedaba al arbitrio del imperio su apropiación mediante desnaturalización, ocultamiento, reinterpretación o simple ignorancia. Sucede, como en la historia de Alicia en el País de las Maravillas, que quien manda puede hacer que cada cosa signifique lo que él desee.

Francés de Xabier es patrimonio de Navarra, pero quienes la conquistaron se apropiaron de su figura, tras una reconversión oportunista. La posición política y militar de su familia no resulta asimilable con facilidad desde la historia española. Su enfrentamiento a los ocupantes no dejaba ningún resquicio. Esa cuestión quedó simplemente aparcada, se ignoró. Francés se recupera por una vía indirecta, a través de su papel como misionero jesuita, como persona relevante para el mundo católico. Y es esto lo que aparece en la exposición organizada por La Caixa: Xabier es jesuita y el imperio se lo apropia como jesuita «español». Da lo mismo que no fuera español ni de nacimiento ni de sentimientos; Francés de Xabier viajó por el mundo como portugués. Nació cuando Navarra existía, pero pronto fue fagocitada. No quedó más que España (y una parte navarra mínima en Ultrapuertos). El ya San Francisco Javier no podía ser otra cosa que español. En esta condición de misionero, español forzado, lo convierten en patrono de Navarra, en realidad copatrono junto con San Fermín el ‘inexistente’. Pero esa es otra historia…

Javier llegó a ser patrono de una Navarra rota, sometida a España. Hoy es una simple Comunidad Autónoma. Formamos parte de una civilización en la que, a nivel simbólico como material, el cristianismo forma parte básica de su estructura profunda. En lo personal podemos ser agnósticos, ateos o de cualquier otro credo religioso, pero sin la impronta cristiana nuestra sociedad no sería comprensible. Francés de Xabier nació en un Estado vasco libre, una patria independiente. Él y su familia fueron sus acérrimos defensores. Para nosotros debería ser accidental que fuera misionero jesuita.

Habrá quienes, por sus creencias, lo quieran venerar como tal. Pues santo y bueno. Los que lo valoramos como patriota navarro, pues también. Desde hace años es el patrono del euskera y también de los pelotaris, el deporte vasco por excelencia. Algunos, con acierto, lo han propuesto como patrono de Euskal Herria. Ya es hora de que Francés de Xabier ascienda de categoría y pase de ser el patrono de la CFN, simple provincia española, a serlo del conjunto de la nación vasca y de su próximo Estado independiente: Navarra.

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