Iñaki Egaña
Historiador

Un etólogo más, Roberto Saviano

«El estrellato hace que los divos opinen de todo y tengan eco», sostiene el autor, que habla desde el repaso a las hemerotecas «que refrescan la memoria y matizan los relatos interesados» sobre Roberto Saviano, el autor de «Gomorra». En ese libro defendió contra toda evidencia la tesis de que ETA compraba cocaína al cártel de Cali y la cambiaba por armas a la Camorra italiana, la expuso en giras internacionales e incluso la Audiencia Nacional llegó a abrir diligencias. Hasta que «alguien» decidió parar el tema y sus tóxicas mentiras.

El joven escritor Saviano es un fenómeno de masas. Una estrella mediática de las que tantas abundan en la Europa del espectáculo. Programa en la televisión italiana, columna en los diarios más influyentes del Viejo Continente, entrevistas a través de su agente, escolta permanente... Acaba de publicar “CeroCeroCero”, lanzado en varios idiomas, en una campaña mundial. Sobre el narcotráfico mexicano. Hace 8 años editó “Gomorra”, de la que se dice, vendió más de dos millones de copias. Un prodigio. El estrellato hace que los divos opinen de todo y tengan eco. Por eso, Saviano también es etólogo. No de los de la «etología» sino de los que «saben» de ETA.


Un mundo este, el de los etólogos, repleto de protagonistas que no descansan, azuzados por fondos de reptiles, pantallas relucientes y promesas hollywoodienses. Renovado de aquellos célebres como Alfredo Semprún, que vio la mano de Suecia en el magnicidio del almirante Carrero Blanco, o la de Ernest Lluch, que achacó a ETA, a pesar de no haber encontrado, como le gustaba decir, pruebas ni en archivos civiles ni policiales, la muerte de Begoña Urroz. O las de Álvaro Baeza que descubrió bautizos clandestinos de comandos etarras en la sacristía de Aralar. O los conspiranoicos del 11M, avalados por todos los medios españoles, que hicieron de la famosa cinta de la Orquesta Mondragón una prueba irrefutable de la autoría vasca y de las conexiones económicas del grupo que acaba de liquidar su marca de electrodomésticos.


Saviano quiso alcanzar el nivel de quienes le precedían sin saber, quizás por su juventud (26 años cuando lo escribió), que abochornaría hasta a quienes le habían espoleado. La alarma social, esa tan voluble y manipulable, intranquilizó a quienes manejan estos términos porque pasarse de frenada, a veces, es más caro socialmente que el embuste. La credibilidad se tambalea con lo burdo, a pesar de la máxima de Goebbels de la mentira repetida mil veces hasta convertirla en verdad.


Lo escribió en 2006, en ese libro con el que se hizo millonario, y lo volvió a confirmar en esa gira española que realizó en 2009. Su relato, nada que envidiar a los de Semprún o Baeza, decía, en síntesis, que ETA compraba cocaína al cártel de Cali y la cambiaba por armas a la Camorra italiana. Un negocio redondo. Quiso ser pionero, emulando a Garzón con aquello de la limpieza étnica del hospital de Cruces, y dijo que había descubierto lo que miles de agentes policiales, militares y medio mundo relacionado con los servicios «contrasubversivos» no había siquiera olido: las fuentes reales de la financiación de ETA. Lo del impuesto revolucionario, secuestros, etc, unido a las rifas y sorteos que descubrieron otros etólogos, peccata minuta.


La rotunda afirmación tenía, sin embargo, un primer punto débil. Tanto que la desacreditaba de entrada. El cártel de Cali desapareció en 1995, con la detención de los hermanos Rodríguez Orejuela. No existía, en términos absolutos, en la época que Saviano elegía para las transacciones, 2003. Si hubiera citado al cártel de Medellín quizás hubiera colado. Pero Saviano no reparó en ello.


Empavado por el éxito de su mensaje, sin embargo, y la recepción de sus teorías en los medios hispanos, Saviano fue más allá. Descubrió, en medio del despiste general de los espías de las agencias más activas, que ETA tenía una notable conexión ideológica con los grupos talibanes de Afganistán (ver el teletipo de EFE emitido a las 15.02 del 15 de agosto de 2009) y que, en ambos casos, detrás de su acción política se escondía, la económica, la de la venta de opio o cocaína. Con sólo un repaso a la hemeroteca, Saviano hubiera podido comprobar que Occidente era el precursor de la droga afgana desde 2001, a partir de la invasión de EEUU y sus aliados, el espectacular incremento en la exportación de opio. Pero exigir rigor a una estrella del espectáculo parece demasiado.


La intensa gira de 2009 provocó algunas preguntas curiosas de periodistas que se extrañaban de no haber encontrado huella alguna en lo que afirmaba el escritor italiano. Algunos preguntaron, con toda lógica, por sus fuentes. Saviano fue categórico: «No tengo pruebas directas de que ETA trafique con cocaína, pero hay un rastro en 2003, que a mi juicio, puede abrir un mundo que es el de la financiación de ETA, ilegal también para su ideología (que cuenta que no comete crímenes comunes, que no toca la droga), pero que en realidad sí lo hace» (teletipo de EFE enviado a las 14.45 del 2 de septiembre de 2009).


Insistieron los más curiosos y, entonces, Saviano recurrió al texto que había escrito en 2006, el encuentro de una militante vasca en 2003 en Milán, con un representante de la Camorra, la mafia napolitana. El famoso delegado de la Camorra tenía un nombre notoriamente italiano, Raffaele Spinello. “La Razón” añadiría que era arrepentido. Vayan a Google y observarán que el tal Spinello únicamente tiene entradas en los medios españoles que hicieron de altavoz del relato de Saviano. Porque Spinello es un giro literario, en el mejor de los casos. En el peor, en el que estamos, una burda invención, una manipulación. Quienes tengan nociones de italiano lo habrán adivinado. En el argot, spinello se traduce por «canuto», «porro». Su efecto, tras aspirar profundamente, estaba asegurado a través de ese periodismo de la ínfima calidad que sacude a España.


La Audiencia Nacional llegó a abrir diligencias. Tengo la impresión que algún juez se ruborizaría al conocer la fuente tamizada por un buen spinello. Más de 50 años de detenciones, decenas de miles de años de condenas en ese tiempo a centenares de militantes vascos, y ni una sola alusión a la financiación de la droga. O los jueces habían estado en babia, a pesar de sus ganas, o Saviano se desinflaba. El estrellato, sin embargo, lo mantenía. Cali, Kabul o Bilbao estaban bien lejos de las cámaras de Roma.


En algún lugar, no tengo dudas, alguien decidió parar el tema. La contaminación podía ser peligrosa. Los guardia civiles de la Ucifa, dirigidos por el coronel Quintero y el comandante Pindado que formaban, según la sentencia de 1997, una «organización de narcos», el teniente coronel Máximo Blanco, número dos de Intxaurrondo, detenido por narcotráfico en 1999, o el teniente coronel Rafael Masa, que llegó a ser jefe del servicio de Información de la Guardia Civil, condenado en 2002 a 11 años de cárcel por la Audiencia de Bizkaia por tráfico de cocaína eran sólo los casos más sonados. Mejor no remover. En fin... las hemerotecas refrescan la memoria y matizan los relatos interesados.


Ahora, Saviano promociona su nuevo libro. «Tiene una mirada limpia y buen olfato para descubrir las historias, habilidad y simpatía para tratar con las fuentes», dice “El País”. Ya no quiere hablar de talibanes y vascos, sino de mexicanos. Los vascos no venden. Sólo crean problemas. Algún día tendrá que retomar aquellas historias y, si en verdad tiene «buen olfato», reconocer que fueron solo una boutade, unos párrafos para aderezar su relato increíble.

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