Gotzon ARANBURU
SESTAO

La Naval, en dique seco

Si algo no espera uno encontrarse en un astillero es silencio. Pero silencio es precisamente lo que reina en La Naval, la gran factoría de buques a orillas de la ría, en Sestao, donde gradas y diques secos permanecen vacíos de barcos y de trabajadores. Hace unas semanas han entregado al armador su último buque, el Hercúles, y desde entonces, nada. En vez del crujir de las grúas y el silbido de los sopletes, lo que suena aquí es una palabra maldita: ERE.

Instalaciones de La Naval en Sestao, actualmente paralizadas. (Gotzon ARANBURU)
Instalaciones de La Naval en Sestao, actualmente paralizadas. (Gotzon ARANBURU)

Está a punto de cumplirse un siglo del nacimiento de La Naval de Sestao. Como es sabido, las guerras suelen estimular la economía de los países cercanos geográficamente al conflicto pero no contendientes, y justamente eso ocurrió en esta localidad vizcaina al estallar la Primera Guerra Mundial. En 1915 se construyó el astillero, que un año más tarde empezó a funcionar, y en 1920 el rey Alfonso XIII botaba el primer buque de La Naval, un trasatlántico de 146 metros de eslora y capacidad para 1.809 pasajeros. Desde entonces, docenas de buques han salido al mar desde estos diques, entre ellos algunos de los más grandes del mundo, como en 2009 la draga ‘Cristóbal Colón’, que ostenta el récord absoluto en el sector: con sus 233 metros de eslora total y 78.000 toneladas de peso muerto, fue empleada entre otros trabajos para construir las islas artificiales Palm, de Dubai.

Fueron días de gloria. Al ‘Cristóbal Colón’ le siguió su gemelo, el ‘Leiv Eiriksson’, y también fueron botados colosos como el ‘Simon Stevin’, un fall pipe-rock dumping que igualmente estableció un récord mundial. No solo tenían en común sus gigantescas dimensiones y la alta tecnología contenida en su interior, sino también el comprador, el belga Jan de Nul. El armador estaba satisfecho con el producto recibido y el constructor lo estaba con el pago recibido, de forma que el idilio tenía visos de continuar per secula seculorum… pero en el camino se cruzó la denuncia por las ayudas conocidas como tax-lease y el matrimonio se rompió.

De cualquier forma, no se puede decir que hasta hace tres años la situación de La Naval fuera ideal, ni mucho menos. Como el resto de astilleros vascos y del Estado español, el de Sestao entró en un proceso de reconversión en los años 80 del siglo pasado, un proceso que supuso la desaparición definitiva de muchos astilleros públicos –caso del mítico Euskalduna y del también potente ARN– y la privatización de los restantes. Y de estos últimos, ninguno, a excepción de La Naval, sigue existiendo a día de hoy. Sobrevivió, sí, pero poco tiene que ver su plantilla actual, menos de 300 trabajadores, con aquellos 4.000 con que contaba en los buenos tiempos. De hecho, la totalidad del sector de la construcción naval en Hego Euskal Herria solo suma en la actualidad algo más de 6.400 puestos de trabajo directos y cerca de 8.000 indirectos, repartidos entre Astilleros Murueta, Bilbao Centro Naval, Astilleros Zamakona, Astilleros Balenciaga y Construcciones Navales del Norte, que es el grupo propietario de La Naval. Hay que decir que varios de los astilleros citados están dando bien la vuelta a la crisis provocada por la devolución del tax-lease y, con el nuevo sistema de bonificaciones, han firmado contratos que les están proporcionando una importante carga de trabajo ahora mismo.

Juanjo Llordén, miembro del comité de empresa de La Naval por el sindicato CAT, explica mediante una metáfora la situación actual de la factoría en la que entró a trabajar con 14 años: «La devolución de la tax-lease es como un cáncer, que desde luego es muy grave, pero que en muchos casos se cura con el tratamiento adecuado. Eso pedimos los trabajadores, la terapia necesaria para salir de esta situación, que ya es insostenible». De hecho, a falta de buques que construir, en este momento los trabajadores de buzo permanecen mano sobre mano, sometidos al octavo ERE de los últimos años. No pocos de ellos están a punto de consumir la totalidad de la prestación por desempleo. Y hay que sumarles los de las industrias auxiliares, víctimas colaterales de la situación.

Tres fases de trabajo

Cabe señalar, en este punto, que la construcción naval tiene sus peculiaridades, entre ellas que no toda la plantilla trabaja al mismo tiempo en un barco. A grandes rasgos, se distinguen tres fases a partir de la recepción de un pedido: el diseño del buque a cargo de los ingenieros, el corte de la chapa, moldeado y acoplamiento de las distintas piezas del barco, y la instalación de los sistemas eléctricos, de navegación, de trabajo, de armamento… en función del fin a que esté destinado. Cada fase requiere sus trabajadores específicos, lo que exige la construcción simultánea de varios buques para que toda la plantilla esté ocupada. Desde luego, no es actualmente el caso de La Naval, que en picos de trabajo registrados con la construcción de los grandes buques arriba citados ha llegado a contar con 2.000 trabajadores directamente en el astillero y mil más en talleres auxiliares. Ni que decir hay que estos números han tenido su reflejo en el sector terciario, en forma de capacidad de gasto en comercio, alojamientos, hostelería…

Una característica del astillero sestaoarra es la alta tecnología de los buques fabricados. Conscientes de que la construcción «a granel» en Japón o Corea del Sur hace imposible competir en precio con los gigantes asiáticos, La Naval ha apostado por ofrecer diseños y prestaciones de primera línea, que le han hecho ganarse un nombre en la construcción naval internacional. También en tamaño son mayores los barcos construidos en las gradas de La Naval que los del resto de astilleros vascos. Y, lógicamente, en precio. Sin embargo, Llordén apunta a que la «terapia anticáncer» arriba apuntada podría consistir en la contratación, con el nuevo tax-lease, de buques de menor tamaño y menor coste para el armador: «Pudiendo elegir, claro, lo ideal sería contratar buques de alto nivel, pero si no puedes cazar la pieza grande… hay que tirarle a todo lo que se mueva».

De momento no hay nada

Tras la botadura del Hércules este pasado mes de marzo, la dirección de La Naval insiste en que está ultimando la negociación de un contrato para construir un nuevo buque en el astillero. Desde instancias políticas se incide en el mismo mensaje, pero el hecho cierto es que los días pasan y por ahora no hay nada. De ahí que los trabajadores continúen con su calendario de movilizaciones, que se han extendido de Sestao a la capital vizcaina. Rodolfo Fernández, miembro del comité de trabajadores por ELA, señala que «en diez años la Margen Izquierda ha pasado de ser un vergel a ser un desierto, laboralmente hablando. Los pabellones abandonados y los talleres cerrados se multiplican a lo largo de toda la ría. Los puestos de trabajo surgidos en los hipermercados y centros de ocio no son la panacea, por precarios y de baja calidad».

La peor de las hipótesis, no del todo descartada, sería que el grupo dueño de La Naval –Murueta Ingeteam y Astilleros Murueta con dos terceras partes de la propiedad, y Naviera del Nervión, Iniciativas Navales del Norte y Global Noges-Grupo Knutsen con el resto– acabe vendiendo los terrenos ocupados por el astillero. Los trabajadores no quieren ni oír hablar de tal posibilidad, pero tampoco se engañan: «El objetivo del empresario es ganar dinero, claro, y a nosotros nos viene bien que lo gane siempre que sea proporcionándonos trabajo. Pero si no obtiene rentabilidad mediante la industria, el terreno siempre está ahí…»