Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

Dimitir por unas pajas

En lo referente a pajas, los hombres somos más de rastrear el archivo mental de epopeyas pasadas que de imaginar futuras gestas o entrar el campo de lo hipotético y/o improbable. Por lo menos, desde que nuestro disco duro almacena alguna escena a la que aferrarse en uno de los momentos más íntimos y placenteros de la vida de una persona. Sobre las costumbres de otro género no ahondaré, porque del dicho al hecho hay mucho trecho y en esta cuestión prefiero fiarme de lo empírico. Sin embargo, hay una cosa que tengo clara: masturbarse es algo gratuito, que proporciona grandes cotas de dicha y que cada una puede hacer casi cuando le viene en gana. Cuando estás contento, porque lo estás. Cuando estás estresado, por aliviar. Porque sí también es una buena razón. Vamos, que no le encuentro ni un solo lado negativo. Por eso me sorprende la desfachatez de que una pobre concejala del PSOE en Toledo termine dimitiendo por un "grábame-aquí-esas-pajas".

Masturbarse democratiza y nos iguala. Rajoy se hará sus cosas en algún selecto servicio de Moncloa del mismo modo que yo hago lo propio en mi minúsculo excusado doméstico. El Borbón se toca en su trono como yo lo hago en el mío. Quizás Merkel aprovecha un break en el viaje a Madrid para darse un gusto de bajo vientre en su jet privado. También el tipo que me vende el pan, la simpatiquísima dueña del estanco de al lado de casa, el vecino que siempre saluda. Y la que no. Lo harán quienes se escandalizan con el vídeo de la edil, los que le señalan o aquellos que realizan chanzas con esa sonrisilla infantil y boba, casi de incontinencia pueril ante lo más normal del mundo, que es el propio cuerpo y los goces que nos proporciona.

Que todo dios (hasta los siervos del altísimo) se hace pajas es una obviedad que no merecería la pena ni ser mencionada. Pues no lo será tanto si alguien ha tenido que dimitir por ello. Cuando leo el dislate de que se marcha "para no perjudicar a su familia o al partido", vuelvo a encontrarme cara a cara, con el carácter vil, hipócrita y profundamente patriarcal de esta sociedad. ¿Habría existido la misma respuesta si fuese un hombre el que jugaba al solitario? Por cierto. ¿Se puede saber a quién coño le importa si está casada o tiene hijos? ¿Tener descendencia cierra el grifo de la autolujuria? ¿Lo convierte en algo más pecaminoso?

Finalmente, otra reflexión. Resulta zafio que nadie dimita si mete dineros públicos en su bolsillo. Más todavía que alguien tenga que hacerlo porque movió un poco la mano y terminó echando un placentero pulso contra Eros. 

PD: No enlazo la noticia porque todos los medios han decidido que era relevante sacar el rostro de la edil. Cosa que no hacen con los imputados por estafa, robo o malversación, a quienes protegen muchas veces con castas y pudorosas iniciales.

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