Ritxar Bacete González
Red de Hombres por la Igualdad

«El 8 de marzo, dime feliz día, levántate y lucha conmigo»

Una vez más nos encontramos alrededor del 8 de marzo, Día Internacional de las Mujeres. Es un día en el que tanto las mujeres como los hombres tenemos mucho que celebrar, reconocer, agradecer, honrar y disfrutar. Y es un día para la incomodidad, la denuncia, la mirada crítica, la revisión personal y la lucha colectiva. Y también, por qué no, es un buen momento para evaluar logros.

Es un día para celebrar el camino recorrido. Conviene honrar lo conseguido (sobre todo para saber mejor cómo mantenerlo), porque somos hijas de tiempos muy difíciles para la igualdad, de un contexto cultural androcéntrico y perverso, en el que el papel de las mujeres en la sociedad estaba relegado radicalmente al ámbito privado; y ser hombre se circunscribía a estereotipos tan tóxicos como denigrantes: de superioridad, poder absoluto, negación de las emociones, ausencia en los cuidados, e incluso, de legitimación de la violencia. Pero por suerte, tenemos que celebrar que hemos cambiado, transformado e incluso revolucionado una parte muy amplia de la realidad. El proceso de empoderamiento de las mujeres en nuestra sociedad es un hecho tan innegable como imparable.

Para nosotros los hombres es un día de reconocimiento. Toca agradecer cómo miradas y formas de hacer de las mujeres, han transformado el mundo, desde paradigmas tan eficaces, como pacíficos y radicales. Las luchas feministas nos han puesto delante un espejo crítico, demandante y firme, que nos ha permitido a mucho, iniciar procesos de cambio imperfectos, tanto personales como políticos.

A los hombres, a pesar del camino que nos queda por recorrer y la colección de privilegios por abandonar, hoy en día tenemos más fuentes de dónde beber cambios, identidades más diversas con las que identificarnos y agendas para la igualdad. Pasó el tiempo de la pancarta. De poco sirve la implicación de los hombres en la lucha a favor de la igualdad, sin nuestra incorporación proactiva, autónoma y cotidiana a los trabajos reproductivos y de cuidados. Y frente a cualquier tipo de violencia contra las mujeres una posición activa; desde la denuncia pública y también desde el reconocimiento y transformación de las «micro violencias», que sin ser conscientes (o siéndolo) nos acompañan agazapadas como parte de nuestras identidades.

Para la igualdad, el compromiso de los hombres pasa por dar pasos en nuestra vida cotidiana, en el ámbito laboral, en la familia, en el grupo de amistades…Porque cada persona con sus gestos, decisiones y acciones diarias puede favorecer o dificultar la igualdad.

Aunque duela e indigne, la igualdad de mujeres y hombres no es real. Las luces de lo logrado, avanzan junto a las sombras del camino que nos queda por recorrer. La violencia contra las mujeres sigue siendo una lacra inadmisible pero admitida, con raíces culturales sólidas y demasiadas veces invisibilizadas. El hecho de que una de cada tres mujeres europeas (¡62 millones!) o un 20% de las mujeres españolas, hayan experimentado violencia física y/o sexual, según datos de Agencia de los Derechos Fundamentales de la UE, no se puede tolerar, y debiera plantearnos una situación de verdadera emergencia, con la asignación de los recursos y prioridades políticas que cualquier situación de tamaña envergadura y gravedad requeriría.

Por otro lado, según datos del Eustat, en el año 2013 la diferencia salarial entre hombres y mujeres en la CAV fue de más de 7.000 euros anuales, siendo la discriminación salarial uno de los factores que reproduce y perpetúa la desigualdad de mujeres y hombres.

Sin duda, la involución que supone la intención del Gobierno de Mariano Rajoy de controlar el cuerpo y la libertad de las mujeres a través de la reforma de la ley del aborto, nos sitúa ante la evidencia de que la Historia no va sola y que si no se mantiene la tensión política necesaria, podemos llegar a vivir dolorosos esperpentos como los propuestos en este nuevo intento de tutelar la vida de las mujeres.

Sin duda, estamos ente una necesaria revolución colorida de miradas y valores. Tenemos mucho que dialogar, compartir, luchar, organizar y proponer tanto hombres como mujeres, para seguir avanzando hacia espacios de convivencia más libres, pacíficos y justos, donde la violencia o la discriminación por razones de sexo no tengan cabida.

La igualdad debe preocuparnos y ocuparnos también a los hombres, por razones personales, éticas y políticas, pero también porque la igualdad de oportunidades es un factor fundamental de desarrollo humano, de bienestar colectivo y en definitiva, la clave para vivir más felices, que para eso estamos aquí ¿o no?

No olvidemos, chicos, compañeros, hombres, que aunque no lo percibamos ni lo sintamos en nuestra propia piel como lo hacen las mujeres, la discriminación y el sexismo nos limitan, y sin necesidad de darnos cuenta ni desearlo. Si no hacemos algo, si no nos movemos y revisamos nuestra identidad de forma crítica, podemos convertirnos en parte del problema. La buena noticia es que también podemos ser parte de la solución.

Sigue habiendo una brecha invisible entre los anhelos y la orilla tóxica de la realidad donde el sexismo es exitoso. Soy padre de una hija de tres años y en estos días nacerá mi segunda criatura, un «bío-hombre». Hace unos días, Naia no quiso jugar a fútbol conmigo, porque le habían contado que «las niñas no juegan a fútbol». Seguiré luchando para que Naia juegue y vuele. Y para que Alain juegue, cuide y vuele.

Tal y como señalaba Peter Drucker, «la mejor forma de predecir el futuro es creándolo». Pues a ello. Y además, me tomo la licencia de cambiar un eslogan que circulaba estos días por internet: «El día 8 de marzo dime feliz día, levántate y lucha conmigo».

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