Un empecinamiento que sale muy caro

Hace más de veinte años, cuando la «Y vasca» era solo un anteproyecto, el debate entre sus partidarios y detractores era casi exclusivamente teórico y abarcaba ámbitos de discusión como la vertebración territorial, el medio ambiente, el modelo de desarrollo y la política de infraestructuras. La falta de elementos de juicio tangibles permitía a sus promotores despachar las críticas con relativa holgura, simplemente bastaba con acusar a los contrarios de estar «en contra del progreso» o lanzarles reproches del mismo rigor intelectual. Sin embargo, a medida que el TAV ha empezado a ser una realidad y con ella han aflorado datos sobre su coste real, es evidente que la construcción de esta infraestructura se debe más al empecinamiento de algunas fuerzas políticas y al beneficio de ciertas empresas que al interés real de la ciudadanía.


Es un dato conocido que la «Y vasca» no tendrá conexión ni por el norte ni por el sur durante mucho tiempo, pues París ha postergado el tramo Burdeos-Hendaia hasta más allá de 2030 y en la parte castellana ni siquiera han comenzado las licitaciones, lo que pone en un brete la virtud principal de la obra. Porque, ¿acaso alguien cree que la gente va a usar el TAV solo para ir de Bilbo a Gasteiz o a Donostia? Por otra parte, cada ejercicio una parte sustancial de los presupuestos autonómicos van a parar a la ejecución del proyecto, que ha engullido una cantidad ingente de dinero que podía haberse destinado a otros fines. Y además, tal como publicamos hoy en estas páginas, los gastos de mantenimiento rondarán los 100.000 euros por kilómetro al año, y aunque el lehendakari confíe en minorar esa cantidad, el montante será en todo caso elevado.


La «Y vasca» es una infraestructura muy cara con una utilidad social muy dudosa, pero sus impulsores ni siquiera hacen ademán de replantearse el proyecto. Ellos conocerán las razones de su obstinación, pero entre ellas no se encuentra el progreso de nuestro país.

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