Jesús González Pazos
Miembro de Mugarik Gabe y de la CODPI
GAURKOA

Mandela en los extremos de América Latina

El autor compara la situación actual de dos países de América Latina cuyos líderes acaban de alabar a Mandela tras su muerte. La Guatemala de Otto Pérez Molina, uno de los países «más racistas del mundo contra la mayoría de la población del país, de origen maya y xinca», y Bolivia, donde la llegada a la presidencia de Evo Morales supuso el inicio de un cambio en las estructuras políticas, económicas y sociales hasta entonces aferradas al racismo.

Suficientemente se han repetido y reiterado en estos días los cánticos y alabanzas a nivel mundial a la vida y obra de Nelson Mandela. No se pretende entonces en este escrito hacer una nueva semblanza de este, posiblemente, último gran líder popular. Al contrario, quisiéramos centrarnos en algunas consecuencias de su larga vida pero, especialmente, en los ecos e imágenes que su muerte ha provocado en el continente latinoamericano. Hacer un pequeño recorrido también por la importancia de sus ideas y el reflejo, con los avances y ausencias todavía visibles, de su lucha contra el racismo y la segregación en esa parte del mundo.

Se han oído y se han leído desde las más sinceras alabanzas, generalmente aquellas más cercanas al sentir de los pueblos, hasta las declaraciones más hipócritas, generalmente aquellas en boca de los autonombrados líderes de la comunidad internacional. Todo el mundo, en alocada carrera, se ha visto impelido a la declaración de condolencias y de reconocimiento ante la muerte de esta humana figura. Muerte, hay que subrayar, natural y propia del proceso de la vida. Declaraciones por contra y en muchos casos artificiosas, propias de aquellos quienes hasta hace unos pocos años ignoraban su lucha, tratan hoy todavía de invisibilizar algunos rasgos definitorios de su pensamiento político, o simplemente lo calificaban como terrorista.

Sin duda, la lucha contra el racismo, contra el apartheid, de Nelson Mandela traspasó las mismas fronteras de Sudáfrica para extenderse por todos los continentes. Hoy, esta lucha se sigue librando en tierra africana, pero también continúa presente y en sus aspectos más duros, en América Latina. Allá donde el racismo colonial se inició hace más de 500 años, hoy sigue presente pese a las aparentes independencias de hace casi dos siglos. Y esto, conjugado con el hecho de que precisamente en este continente hoy se producen grandes avances en esa lucha por la dignidad humana que pareciera no tiene fin.

Serán dos de las múltiples declaraciones realizadas en estos agitados días las que puedan ilustrar en gran y mejor medida esto que afirmamos.

El presidente de Guatemala, Otto Pérez Molina, en una evidente demostración de hipocresía política, ha afirmado que «Mandela es un símbolo de la lucha contra la segregación racial». De una parte es necesario recordar que, desgraciadamente, Guatemala todavía hoy se podría calificar como uno de los estados-nación más racistas del mundo contra la mayoría de la población del país, de origen maya y xinca. En este país se libró durante 36 años la que algunos denominaron la última guerra maya, ya que esta población indígena fue el objetivo principal del genocidio practicado por el Ejército guatemalteco.

Todavía es en este año 2013 cuando se ha conseguido juzgar al exdictador Efrain Ríos Montt por las masacres cometidas bajo su dirección en los años 1982 y 1983. Y precisamente en esos momentos el actual presidente guatemalteco era oficial del Ejército en una de las zonas más golpeadas por la política de tierra arrasada. Sin embargo, y a pesar de todas las evidencias, de todos los testimonios de los y las supervivientes, las maniobras fácticas consiguieron anular la celebración de dicho juicio y la condena emitida por genocidio. Por eso, a pesar del juicio y a pesar de los Acuerdos de Paz (1996) y su incumplimiento reiterado respecto al reconocimiento de derechos de estas poblaciones, hoy se sigue practicando el desprecio y marginación evidente contra los pueblos maya y xinca.

Los poderes fácticos, así como los oligárquicos y políticos de Guatemala, hoy entregan el país al expolio de las transnacionales, violando continuamente los instrumentos internacionales de derechos humanos individuales y colectivos (Convenio 169 de la OIT y Declaración de Naciones Unidas de Derechos de los Pueblos Indígenas). Todo ello en una clara muestra de segregación y racismo contra la mayoría de la población. Por lo tanto, las similitudes con el apartheid son más que teóricas y, por lo tanto también, las declaraciones laudatorias del presidente guatemalteco hacia Madiba no son sino un ejercicio más de cinismo político e insulto a la inteligencia.

La segunda declaración a la que queremos aludir para mostrar los extremos del continente respecto a la lucha emblematizada por Mandela es la realizada por el presidente del Estado plurinacional de Bolivia, Evo Morales Aima. Este ha señalado, de forma escueta pero diáfana, que el expresidente sudafricano «simboliza la humanidad y la solidaridad». Bolivia es uno de los países americanos con mayor porcentaje de población indígena, históricamente arrinconada y explotada, tanto por los 300 años de dominación española como por los que se han dado en llamar casi 200 años de colonialismo interno. La independencia a principios del siglo XIX no supuso sino un simple cambio en las élites dominantes, pasando de las españolas a aquellas que no eran sino sus descendientes americanizados.

Sin embargo, las estructuras políticas, económicas, sociales e incluso culturales se mantuvieron aferradas al racismo y discriminación extrema de las grandes mayorías indígenas. Y esto no ha empezado a cambiar sino hasta el año 2006 con la llegada al Estado del actual presidente y de los movimientos sociales campesinos, de mujeres e indígenas. Es en este nuevo Estado, no ya estado-nación sino estado plurinacional, donde se da la oportunidad por primera vez de hacer realidad en el continente americano el paradigma que encarnó Mandela, el paradigma de la igualdad política entre pueblos y donde sus mayorías (indígenas) puedan ejercer el poder, rompiendo con el colonialismo, el patriarcado y el racismo. Es evidente que toda esta situación, larga en siglos y en memoria, no puede revertirse en unos pocos años; es evidente que se cometen errores y es evidente que se está aprendiendo a caminar, pero también es claro y diáfano que la lucha de Mandela, como símbolo de humanidad y solidaridad, está más cerca del momento actual en Bolivia que del tiempo oscuro que todavía se da en Guatemala.

Así, el continente latinoamericano contiene, valga la redundancia, elementos centrales donde el mensaje teórico y práctico del pensamiento político de Nelson Mandela tiene todavía un largo camino por andar. Y por eso mantenemos que la muerte de este gran líder africano alumbra y abre también alamedas amplias por donde caminará el hombre y la mujer (los pueblos) libres. Al fin y al cabo, recordando de alguna forma las palabras de otro líder americano (Che Guevara), Mandela declaró en junio de 2008 que «donde quiera que haya pobreza y enfermedad, donde quiera que los seres humanos estén siendo oprimidos, hay trabajo que hacer. Después de 90 años de vida, es tiempo de que nuevas manos emprendan la tarea. Ahora está en vuestras manos». Y en América Latina hay ya, afortunadamente, muchas manos dispuestas a continuar esta tarea.