Elkarrizketa
Karra Elejalde
Aktorea

«Hay que empezar por saber reírnos de nosotros mismos y del modo en que otros nos perciben»

Tras aparcar, por voluntad propia y tras una mala experiencia, su carrera como guionista y director, la labor como intérprete de Karra Elejalde (Gasteiz, 1960) se vio relanzada hace tres años con el Goya obtenido por «También la lluvia» de Icíar Bollaín. En «Ocho apellidos vascos» vuelve a llenar de presencia uno de esos papeles de reparto con los que termina por imponerse.

En el film, el actor gasteiztarra encarna a Koldo, un arrantzale cegado por el despecho y por el deseo de lograr la felicidad de su hija Amaia. Un personaje entrañable, con alma de perdedor, que es el que espolea la perpetuación de un conflicto cómico fundamentado en el choque de costumbres entre vascos y andaluces.

Esta película pone en el centro del discurso humorístico ciertos temas que hasta hace muy poco eran considerados tabúes...

Sí bueno, pero yo creo que no hay voluntad de transgresión en «Ocho apellidos vascos», me parece que es una película más cauterizante que polémica y me extrañaría mucho si alguien se molestase con ella o diera lugar a algún tipo de controversia. Es más, yo creo que en Euskal Herria va a funcionar muy bien.

Siempre se ha dicho que el humor es una herramienta para derribar fronteras aunque en este caso hayan trabajado desde una explotación premeditada del estereotipo. ¿No hay ahí algo de contradicción?

No creo que haya contradicción alguna. El humor es algo muy sano y necesario y los estereotipos se basan en la acumulación de tópicos que, como suele decirse, algo de verdad encierran. No hay nada de malo en partir de ellos para ridiculizar conductas propias y ajenas. Porque lo que está claro es que para reírse de los demás hay que empezar por saber reírnos de nosotros mismos y del modo en que otros nos perciben, partiendo de que cada quien siempre tiende a defender lo propio y además está en su derecho de hacerlo. Yo creo que, en el fondo, todos somos nacionalistas, no solo con respecto a nuestro país, sino a nuestro pueblo, a nuestro barrio y, hasta si me apuras, a nuestro bloque de viviendas.

¿Nos podemos reír de todo o aún existen ciertos escenarios que no resulta demasiado recomendable abordar desde la vía del humor?

Yo creo que todo es susceptible de ser afrontado desde el humor, otra cosa es que exista una presión social que lo desaconseje atendiendo a que no resulta pertinente o a que no es el momento de hacerlo o, en el peor de los casos, a que el resultado no va a contar con el favor de un público amplio, es decir, que no será comercial. Pero, ¡dejémonos de hostias!, si un conflicto de la magnitud de la Guerra Civil dio lugar a una comedia maravillosa como «La vaquilla» de Berlanga, ¿por qué no podemos pensar que el conflicto vasco, que al lado de aquello es un conflicto de baja intensidad, se puede abordar también desde el humor?

En cualquier caso, puestos a derribar tópicos, esta película desmiente aquello de que «los vascos no saben reírse de sí mismos», ¿no?

Ese es un tópico que nos asignaban desde fuera, pero yo creo que a partir de «¡Vaya semanita!» la percepción cambió bastante, entre otras cosas porque su éxito trascendió fronteras y fue un programa con mucho seguimiento fuera de Euskadi. En el fondo, aquel era un formato con un humor mucho más grueso y directo en la desmitificación de ciertas realidades, que el que nosotros hemos usado en «Ocho apellidos vascos».

¿Cómo definiría entonces el tipo de humor del que participa esta película?

Yo diría que «Ocho apellidos vascos» es una sátira naturalista, no es una sucesión gratuita de gags ni de humor porque sí, tiene muchas más cosas: hay emociones, hay drama, hay romance...

Su personaje, en concreto, trasciende la caricatura y está lleno de matices que lo hacen bastante creíble, ¿cómo lo trabajó?

Pues desde un registro realista porque, como bien apuntas, no nos interesaba incurrir en la caricatura sino dotar al personaje de humanidad. En el fondo no deja de ser un perdedor, un hombre al que le ha dejado la mujer, que ha perdido a su hija y cuyo deseo de recuperarla le lleva a dejarse embaucar y engañar.

Como hablábamos antes, hay muchos tipos de humor y de comedia y es muy importante saber en qué registro debes moverte y, sobre todo, que haya un director que marque la pauta. Emilio [Martínez Lázaro] lo tenía muy claro y por eso nos ha igualado interpretativamente a los actores, ajustándonos a un registro de sátira que él pensaba que es el que debía marcar el tono de la película.

Después de «Año Mariano» y «Torapia» se pensó que su carrera futura quedaría encauzada hacia la dirección. ¿Por qué no ha vuelto a ponerse detrás de la cámara?

Yo me veo más solvente como actor que como guionista y director, y si hablamos de pasta, gano lo mismo en ocho semanas de rodaje como intérprete que dedicando dos años a levantar un proyecto, con lo cual no compensa. Además, con «Torapia» viví una experiencia muy mala, no solo en lo profesional donde llegué a sentir que mi trabajo era continuamente saboteado, sino que durante aquel rodaje también recibí el impacto de tres misiles sobre mi línea de flotación personal: perdí salud, perdí dinero y perdí el amor. Me rompí la espalda haciendo aquella película, me separé de mi mujer y además no fue bien económicamente. Pasé dos años muy malos y abandoné mi pasión por dirigir. Quién sabe si con el tiempo la recupere.

¿Cómo definiría la actual situación del cine en Euskal Herria? ¿Qué quedó de aquel boom del cine vasco encabezado por Bajo Ulloa, Médem o Álex De la Iglesia con los que usted trabajó de manera recurrente?

Desde fuera siempre he percibido una mirada de admiración hacia el cine vasco, muchas veces me suelen decir: «Joder, es que de allí habéis salido gente muy buena, se nota que estáis muy apoyados y subvencionados por las administraciones», y, sin embargo, yo pienso que cualquier otra comunidad autónoma del Estado ha apoyado mucho más a sus cineastas que Euskadi.

Lo que allí se vivió fue la convergencia en el tiempo de una serie de personas que tenían talento, inquietudes y necesidad de crear, pero visto con algo de perspectiva, ¿dónde viven y trabajan hoy gente como Álex, como Médem, como Juanma, como Urbizu, como Armendáriz o como Alfonso Ungría? En Euskadi no, desde luego, y eso habla a las claras de que más allá de etiquetas como esa del «boom del cine vasco», no ha habido un apoyo real.

En el Estado español la situación no es que sea mucho más halagüeña...

Pues no, porque estamos en manos de una panda de desaprensivos que no entiende que los actores tengamos conciencia crítica y que, en un determinado momento, pudiéramos posicionarnos contra la guerra de Iraq porque era lo justo. Desde entonces nos la tienen jurada y no han parado de echar mierda contra nuestra profesión, hasta el punto de que, mira que me extraña que en sus teorías conspirativas sobre el 11-M no apunten a una autoría conjunta de ETA y los actores.