Guillermo Paniagua
Askapenako kidea
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Perros y collares

El sistema tiene que presentarse como el gran benefactor que no es. Para ello, tiene que contar con un relato y un casting de ensueño

En numerosas ocasiones, la propia sinceridad arrogante del amo todopoderoso es la encargada de bajarnos a tierra para recordarnos las reglas del juego. La cínica formulación del presidente Franklin D. Roosevelt a la hora de caracterizar a Somoza («Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta») o la más actual, profesada por el multimillonario Warren Buffet («Hay una guerra de clases, sí, y nosotros los ricos la estamos ganando»), son algunas de las muchas anécdotas en las que aflora sin tapujos la verdadera cara del sistema dominante. En esta línea tumbabiertista se integran las declaraciones de sendos altos cargos de las agencias estadounidenses Nacional Endowment for Democracy (NED) y Freedom House, supuestamente volcadas en la defensa de los derechos humanos y la democracia en el mundo, en las que ambos declaraban abiertamente que el trabajo que realizan es «el que desarrollaba encubiertamente la CIA hace algunas décadas».

Una guerra de clases, con el imperialismo yanqui y sus trasnacionales a la cabeza, en la que todos los frentes están abiertos con tal de ganarla, ya sea apoyando dictaduras o fomentando golpes de estado mediante procedimientos de desestabilización económicos, parapolíticos y paramilitares: esta bien podría ser la síntesis de esta clase acelerada de marxismo aplicado dictada desde el corazón de la bestia por eminencias en la materia. Conclusiones cuya validez no sería definitiva si no fuera porque tanto la larga experiencia de los pueblos en la lucha contra el imperialismo como la candente y preocupante actualidad nos lo confirmaran a gritos. Lo ocurrido en Ucrania o lo que se busca en Venezuela (por razones y con intensidades diferentes) se inscribe en una ofensiva imperialista mundial que no hace más que reactualizar y en algunos puntos perfeccionar su larga tradición intervencionista.

Los objetivos siguen siendo los mismos: destruir cualquier gobierno que no responda a sus dictados. Por un lado tenemos un Gobierno ucraniano que, a pesar de no cuestionar al sistema, tiene la desgracia de ocupar un espacio geopolítico clave para el imperialismo yanqui en su pelea hegemónica contra Rusia, además de ofrecer un apetitoso mercado para una hambrienta Unión Europea. Por otro lado, al Gobierno de Venezuela, que cuestiona de raíz el sistema capitalista a nivel nacional y continental, con la osadía añadida de hacerlo en tierras de ingente riqueza petrolera. Estas razones, y no otras, son las que desatan la ira del imperio. No importa que Ucrania tuviese un Gobierno tan «democrático» como cualquier sistema parlamentario burgués o que Venezuela supere los indicadores oficiales de participación y legitimidad popular: son obstáculos a destruir en nombre de la democracia y los derechos humanos. Porque, aunque determinados personajillos de la elite puedan permitirse el lujo de sincerarse, el sistema como tal tiene que presentarse como el gran benefactor que no es.

Para ello, tiene que contar con un relato y un casting de ensueño. En cuanto al relato, corre por cuenta de las grandes trasnacionales de la comunicación que se ofrecen gustosamente para servirnos diariamente un plato recalentado de propaganda en el que destacan tres elementos: demonizar al gobierno de turno; realzar la impoluta condición sociológica y reivindicativa de algunos de los sectores movilizados (ciudadanos de a pie, estudiantes, democracia, fin de la corrupción, etc.) y esconder o relativizar la práctica subversiva de actores internos y externos. ¿O acaso no vieron en la televisión a esos entrañables estudiantes venezolanos y esos heroicos ciudadanos ucranianos arriesgando sus vidas en aras del bienestar general, esquivando balas y viéndose obligados desde una contención pacifista ejemplarizante a devolverlas? En cuanto al casting, se encargan de realizarlo las benévolas agencias mencionadas al inicio de este texto, buscando, financiado y entrenando en la tan alabada e inofensiva sociedad civil jóvenes acomodados y desideologizados, nuevos ricos frustrados, lúmpenes desesperados y fascistas declarados. En caso de éxito, vendrá la hora de los premios y de la verdad: en Ucrania, la extrema derecha organizada y no el ciudadano de a pie se lleva nada más y nada menos que seis carteras, incluido el Comité de Seguridad Nacional y de Defensa Nacional...

En pocas palabras, el modus operandi del imperialismo parece apostar cada vez más por esta combinación donde lo civil y lo militar se confunden y nos confunden, movilizando una planta de actores que, tras su paso por el cuidadoso relato massmediático, consigue darle legitimidad político-ideológica sin perder eficacia político-militar al desarrollo de lo que quieren vender como una colorida revolución cuando de lo que se trata es de un oscuro golpe de estado.