Fermin Munarriz
Periodista
TXOKOTIK

No estoy amargado

Empiezo a sospechar que este es el periódico más leído al norte del río grande. En la anterior columna sazoné mis opiniones sobre el taquillazo cinematográfico con unas gotas de vinagre y esto ha sido un sinvivir de reproches y parabienes. El mundo dividido en dos bandos: «Fermin, ¿estás amargado?», se preocupan los íntimos. «Fermin, emaiok egurre», me preocupan los amigos. Hasta algún neutral desconocido me ha estrechado la mano en la calle: «Alguien tenía que decirlo». Y todo porque asocié la palabra amargura al bodrio de los «Ocho apellidos» y, al parecer, se me notaban las ganas de zurrarle todavía más. Ya habrá ocasión; el director admite ahora que los españolistas no aceptarían una burla así -allá son más de arrojar a la hoguera-, pero amenaza atentar con la secuela «Nueve apellidos catalanes».

No, no estoy amargado; en realidad, mi aflicción no era por lo que pasaba en la película, sino más aquí. A mi lado había unas adolescentes que devoraban palomitas en euskañol y que rompieron en una risa tontuna nada más oír la palabra Vascongadas. Pensaban que era un chiste. Y al salir, caminando por una avenida, pasé junto a una pareja que bromeaba cariñosamente; él gesticulaba y parodiaba de modo grotesco la manera de hablar que, seguramente, fue el idioma de su abuelo...

Solo era eso, un ligero dolor de país, pero ya me encuentro bien. Además, no hay dolencia del alma que no se cure con una buena humorada, como que sea Urkullu quien advierta a Rajoy que España tiene dos problemas. Es una lástima, porque podría dar mucho juego como arma política. El humor, no Urkullu.

Por mi parte, tengo además el honor de pertenecer al club de los bienhumorados, o eso creo, al menos. Cuento para ello con la docta aprobación de una buena amiga mexicana, excelente periodista y conocedora del país, que cada vez que nos visita asegura que los vascos nos dividimos, fundamentalmente, en dos grandes grupos: los que tienen sentido del humor y los que no lo tienen. Con rotundidad. Aguda observadora, desafía con sus propios análisis científicos el tópico de que somos circunspectos, y asegura que el primer grupo es mayoría, a pesar de la aspereza y el dolor que se acumula aquí por quinquenios. Será el antídoto. O, como dice ella, lo que nos iguala a los mexicanos: lloramos de alegría y nos reímos de las penas.