Joxe Maria Sasiain Arrillaga
Historian lizentziatua
GAURKOA

Apuntes sobre la República y los Borbones

La abdicación del rey español, que se pretende presentar como una decisión personal del monarca, es a juicio del autor «una decisión de Estado pensada con el objeto de reflotar la nave del régimen». Sasiain parte de que nos hallamos ante una crisis estructural del Estado y cita los puntos en común entre la situación actual y la segunda República.

Nos encontramos ante una crisis estructural del Estado. Todas las instituciones que lo soportan están afectadas por un desprestigio inusitado, y en este contexto, cualquier movimiento político relevante que afecte a su armazón es medido y previsto en todas sus posibles repercusiones. No es casual que a la dimisión del secretario general del primer partido de la oposición le siga la abdicación del Jefe del Estado.

Ahora mismo, el sistema monárquico parlamentario solamente es apoyado, incondicionalmente, por los dos partidos mayoritarios. El PSOE, lo hace incurriendo en una fragrante contradicción con su programa y señas de identidad republicanas. La crisis que sufren los socialdemócratas, alargada en el tiempo, ha provocado el bajón electoral en las elecciones europeas y han saltado todas las alarmas que llaman a reparar el incendio que amenaza con convertir en cenizas su patrimonio histórico.

Las disensiones internas empujan al Partido Socialista a la celebración de un proceso de primarias donde se elegirá el nuevo secretario o secretaria general, a ratificar, en un segundo término, en un congreso donde el resultado inicial de las primarias no tiene por qué ser vinculante. Además, queda abierta la posibilidad de celebrar unas segundas primarias abiertas para elegir al candidato a presentar en las próximas elecciones generales.

La complejidad del proceso electoral dificulta el control, por parte del aparato del Partido, del resultado electoral; la inestabilidad interna y la presión de su ala izquierda, que observa como otras opciones más radicales ocupan un espacio que consideran suyo, pueden alterar, con el tiempo, la trayectoria del PSOE en su apoyo incondicional a la Monarquía española.

De ahí la necesidad de asegurar la alternancia en la jefatura del Estado, antes de que la imprevisible deriva del PSOE pueda alterar los apoyos a la institución ocupada por los Borbones. Y es que lo que pretende vender como una decisión personal del monarca, corresponde más a una decisión de Estado pensada con el objeto de reflotar la nave del régimen monárquico, varado en las arenas de la corrupción y el desprestigio, en un contexto de grave crisis económica e institucional.

Si bien los Borbones han visto cuestionado su papel institucional en muy diversas situaciones, es en 1931 cuando por primera vez la monarquía es sustituida directamente por un régimen republicano.

La Dictadura de Primo de Rivera fue el preludio del advenimiento de la segunda República. Alfonso XIII, abuelo de don Juan Carlos, tuvo en mente la formación de un gobierno de concentración militar en vísperas del golpe de estado dirigido por Primo de Rivera. La historiografía mantiene dudas sobre la responsabilidad del monarca en la sublevación. Si para Javier Tusell el Rey «no estimuló ni patrocinó el golpe», para el profesor José María Jover, Alfonso XIII acogió el golpe con «algo más que complacencia». En donde no existen dudas es en la pasividad con que acogió el suceso y la rapidez con que asumió la nueva situación.

Basta leer la prensa del momento: en sus páginas se percibe la popularidad del dictador; sólo la prensa republicana mostró ciertas reticencias. El movimiento obrero -muy mermados los anarquistas por la persecución sufrida al amparo de su participación en enfrentamientos violentos- se encontraba muy debilitado; los socialistas, a la expectativa, no apoyaron a los políticos desplazados. Con respecto a los intelectuales, según Tusell: «sólo Unamuno, Pérez Ayala y Azaña en el seno de la intelectualidad española estuvieron desde el principio y de forma inequívoca contra el dictador». Los socialistas, conscientes de su debilidad, mantuvieron una posición cuanto menos dubitativa con respecto a la dictadura. Si Indalecio Prieto y De los Ríos mantuvieron una oposición frontal, Manuel Llaneza y Julián Besteiro estuvieron dispuestos a sostener una relación parcial en los aspectos de interés para los socialistas. Largo Caballero, el futuro «Lenin español» del periodo republicano, no dudo en participar en el Consejo de Estado como vocal obrero del Instituto de Reformas Sociales.

Para 1929 el ciclo económico alcista de los años veinte había llegado a su fin. Los conflictos laborales se multiplicaron y parte del Ejército conspiraba contra la dictadura. Primo de Rivera, sin advertir al monarca, contactó con los altos mandos militares y dimitió. La oposición responsabilizo al monarca de todos los males de la dictadura, los gobiernos de Dámaso Berenguer y del almirante Juan Bautista Aznar no tuvieron ninguna oportunidad. Los principales partidos republicanos firmaron el Pacto de San Sebastián -agosto de 1930-, a partir del cual se formó un gobierno provisional republicano. La sublevación de Jaca, protagonizada por los militares Fermín Galán y Ángel García Hernández, fue un desastre de organización. Queipo de Llano y Ramón Franco hicieron un amago de rebelión en la base aérea de Cuatro Vientos (Madrid) rápidamente desarticulado. A pesar del fracaso los republicaron salieron reforzados. Las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 fueron entendidas como un plebiscito en el que se jugaba la continuación de la monarquía. El resultado nos es conocido, el Rey que inicialmente pensó en mantenerse en su cargo hasta la convocatoria de unas elecciones legislativas, renunció a su posición y abandonó España.

Los puntos en común entre la situación política previa a la segunda experiencia republicana y la situación actual se limitan a algunos de los protagonistas, monarquía y opciones republicanas, cada uno de ellos con sus propias especifidades. No se trata de caer en el anacronismo de mimetizar las circunstancias vividas en los años treinta con la situación actual; el contexto político, económico, social e internacional, los agentes sociales y aparato de estado, eran perceptiblemente diferentes. Pero no es menos cierto que, lo que estaba y está en cuestión, es la confrontación entre dos modelos de estado, el primero antiguo y anquilosado, del cual conocemos todo lo que tenía y tiene que ofrecer; el segundo, renovador y avanzado, que por lo mismo plantea las dudas e incertidumbres de lo nuevo, de lo no experimentado.

Ciertamente, no es trivial la cuestión. Se ha visto cómo los poderes económicos y medios de comunicación, salvo meritorias excepciones, han apoyado incondicionalmente el relevo. El PSOE, con Rubalcaba al frente -por menores servicios se han otorgado títulos nobiliarios-, está dispuesto a soportar el descredito de apoyar a la monarquía férreamente y sin concesiones a la pluralidad interna. De este modo, además de apuntalar el modelo de estado, evita al próximo secretario general el marrón de tener que definirse en asunto tan delicado e iniciar el nuevo mandato sobre hechos consumados. Habrá que ver cómo reaccionan los votantes de izquierda, máxime cuando por la siniestra surgen opciones con mayor compromiso y decisión.