Sientan lo que sientan, hablen lo que hablen

Si como dijo el poeta Gabriel Aresti, la patria es una casa, la nuestra está llena de fisuras mal curadas, llagas que arden y provocan un sentimiento de insatisfacción que algunos pretenden explotar para enfrentar a los amigos por ideas, a los vecinos por conveniencias y a los territorios por extraños. Somos un país curioso, pequeño como una caldera con contradicciones en plena ebullición. Un país lleno de diferencias en el que quienes sienten como suya la patria vasca son capaces de ignorarse; quienes lo celebran, de lanzarse dardos envenenados entre sí, de convertir la celebración en un acto de partido, simple precampaña electoral para las europeas. Y, sin embargo, ese es nuestro país y miles de personas festejan su día, el Aberri Eguna, casi como si fuera un cumpleaños. Porque la patria es la gente.

Miles de compatriotas se congregaron en Iruñea, más de un millar en Bilbo y muchos más celebraron el Aberri Eguna a su manera, en diferentes txokos de Euskal Herria o en la diáspora. Renovaron su compromiso con la defensa de las señas de identidad y los derechos de la nación vasca. Y dejaron constancia de la existencia de un núcleo social sólido, que debe cuidarse y alimentarse. Pero que, en sí, no constituye garantía de éxito para la causa vasca. Con un independentismo en fase de transición, resulta obligado abrirse a quienes no se sienten miembros de la nación vasca. Dotarse de herramientas, de prácticas renovadas, de un discurso no anquilosado en las esencias para que aquellos que hayan llegado de donde hayan llegado, hablen el idioma que hablen y sientan lo que sientan, hagan del país de los vascos la casa de todos. Su contribución para hacer un país mejor es esencial, algo que merece la pena y es prioritario ensayar.

Imaginando una patria no solo como la casa del padre, como pertenencia, sino como un cuenco que se hace con las manos y contiene los valores esenciales del ser humano, que sea un continente para la solidaridad, la justicia social, la libertad, la paz. Que no sirva como escudo de los mentirosos. Un cuenco del que los vascos y nuestros semejantes puedan ir a beber todos. Que sea cada vez más fuerte y contenga a más voluntades.

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